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Columna
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Sálvame, por favor

Si el Papa es infalible, lo del pasado sábado en Madrid no fue una misa, ni una función religiosa en defensa de la familia cristiana, fue una manifestación teledirigida, vía satélite, por el obispo de Roma, una manifestación, no autorizada como tal por las agresivas autoridades laicas, a la que asistieron un millón de personas y 50 obispos, según la especialísima contabilidad del Espíritu Santo, que no necesita sofisticados cálculos para aquilatar las cifras. Por ese mismo y prodigioso sistema contable, a la misa, manifestación, convocada en 2007 por la insaciable curia con idénticos fines, habrían concurrido dos millones de fieles, pero la crisis y probablemente la resaca de Nochevieja han tenido un efecto devastador sobre la feligresía. En la misa, manifestación que inauguraba otro annus horribilis para cristianos y paganos asalariados, se habló mucho de crisis, de una crisis mucho más honda que la económica y política, esa crisis moral de la que solo podrán salvarnos las familias cristianas con sus preces y sus acciones. La familia cristiana, esperanza para Europa era el lema de la evangélica convocatoria, la familia cristiana y numerosa, bastión frente a la intemperante conspiración laica que predica los disolventes fermentos del aborto, el divorcio y la eutanasia. La otra crisis, la financiera, ha sido castigo de Dios (te alabamos, Señor) por nuestros pecados, que son muchos e inconfesados. Cuando cristianísimos empresarios plantan en la calle a sus trabajadores, no lo hacen para salvar los muebles y los inmuebles de su propiedad y esperar a buen recaudo a que escampe, sino como ejecutores de una maldición bíblica, más sutil que un diluvio o una lluvia de fuego. Lo explicaba el arzobispo de Madrid y cardenal romano Rouco Varela ante su nutrido rebaño: "Siempre que se cuestiona y/o se niega la verdad del matrimonio, las consecuencias negativas no se hacen esperar". Desnortados en el vórtice del huracán laicista, los pecadores empiezan perdiendo la fe en el matrimonio y terminan perdiendo sus puestos de trabajo, privados de los efectos de una maldición más antigua, la de ganarse el pan con el sudor de sus frentes, que hoy se contempla como una bendición.

El pecador empieza perdiendo la fe en el matrimonio y acaba sin puesto de trabajo

A la misa manifestante acudían los padres de familia, salvadores de Europa con sus incontables retoños. El cardenal Rouco recordaba lo esencial que está siendo el apoyo familiar para los "incontables" españoles que se han quedado en el paro pero que aún tienen un hombro sobre el que llorar, otra espalda y un reclinatorio para postrarse e implorar el perdón de sus pecados y la recuperación de sus medios económicos, a ser posible antes lo segundo que lo primero, porque la falta de recursos conduce a la desesperación, que es otro pecado gravísimo.

Sin aborto, sin divorcio, sin eutanasia y sin homosexuales, la situación económica mejoraría muchísimo, pero las cosas no van por ese camino. En la misma página de este diario en la que se daba cuenta de la piadosa convocatoria dominical, el obispo de Córdoba, Demetrio Fernández, revelaba una de las tramas más oscuras de la conspiración, laica: la Unesco -decía Su Eminencia- tiene un plan para que la mitad de la población mundial sea homosexual. Si por cuestiones numéricas o alfabéticas un ciudadano, o ciudadana, ha sido incluido en el plan secreto de esta diabólica organización de la ONU, presuntamente dedicada a temas culturales (ya se sabe que al Diablo le privan los intelectuales), al individuo en cuestión no le queda otra que ir pensando en cambiar su opción sexual, pues los planes de la Unesco son inexcusables e inescrutables. Demetrio, pastor andaluz (raza que aún no está incluida en el catálogo de especies peligrosas), habla de oídas, pero su fuente de información es fiable pues se trata del presidente del Consejo Vaticano para la Familia, el cardenal Ennio Antonelli, que asistió a la concentración madrileña.

Esta necia conjura que denuncian estos necios mitrados me recordó al argumento de la última novela de Umberto Eco, El cementerio de Praga, que versa sobre las imposibles conspiraciones judeomasónicas europeas que tanto le inquietaban a Franco, burdas falsificaciones creadas y alentadas desde los ambientes católicos de esa derecha ultramontana que hoy campa por sus desafueros y que conspira para denunciar falsas conspiraciones.

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