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Crítica:Paul Auster - Sunset Park
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El hombre que huye

Tienen las historias de Paul Auster algo de fantástico, ese delirio de los cuentos viejos, tan capaces a la vez de hablar lúcidamente de lo real. Sunset Park, la nueva novela de Auster, empieza en el otoño de 2008. El protagonista, Miles Heller, trabaja en Florida como limpiador de casas embargadas por impago de la hipoteca, y fotografía por gusto los enseres que dejan los desahuciados (la artista Sophie Calle se dedicó hace años, empleada en un hotel, a fotografiar los enseres de los huéspedes). "Cada casa es una historia de fracaso", piensa Miles, exiliado también de la casa familiar.

Hay dos casas, o dos caras, en Sunset Park: los hogares destrozados de Florida, y una casa abandonada y reconstruida en Nueva York, ocupada sin derecho. Miles huye siempre. Huye de un chantaje en Florida, enamorado de una menor, relación que podría llevarlo a la cárcel. Y huye de la muerte de su hermanastro, al que mató sin querer. Cinco años después de la desgracia, Miles, buen estudiante, enfermo de remordimiento, oye a escondidas lo que sus padres piensan de su hijo. Tiene veinte años, y decide desaparecer en una especie de suicidio simbólico y de venganza contra las palabras de sus padres.

Sunset Park

Paul Auster

Traducción de Benito Gómez Ibáñez / Albert Nolla

Anagrama / Edicions 62. Barcelona, 2010 282 / 256 páginas. 18,50 euros

A sus 28 años, en diciembre de 2008, llega a la casa podrida de Sunset Park, frente a un cementerio. Va a reunirse, por casualidad, con los demás personajes del cuento. Ahora fotografía tumbas. Acabará en un Hospital de Objetos Rotos, arreglando cosas tan de otro mundo como una máquina de escribir o un juguete de cuerda, o reparándose a sí mismo, entre criaturas encantadas: un editor, una actriz famosa, una eminencia universitaria, un baterista de jazz romántico, una pintora erótica que vende casas, una investigadora del cine de los años cuarenta.

Se proyectan entonces sobre Sunset Park dos títulos que, en 2008, entre la guerra de Irak y la quiebra económica, suenan irónicos: la película Los mejores años de nuestra vida, de Wyler, "historia de tres hombres destrozados por la guerra y las dificultades que encuentran cuando vuelven al hogar", y la obra teatral Días felices, de Beckett, donde la protagonista empieza enterrada hasta la cintura y termina enterrada hasta el cuello.

Auster posee la energía incesante de contar historias, y en la última página de Sunset Park la acción no se cierra: queda en suspenso, en vilo, como en esos episodios del Llanero Solitario o del Fugitivo en los que el héroe rompe al final todos los vínculos para partir hacia una nueva aventura. El vínculo con el lector no se rompe.

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