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Columna
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Casa del perro andaluz

Vicente Molina Foix

Tenían 20 años y llevaban todos corbata, algunos de pajarita. Y estaban destinados a cambiar el futuro de nuestro país, con un atildamiento no reñido con el genio humorístico y la creación de las nuevas artes. Coincidieron por casualidad, como en las buenas fábulas, en la encrucijada de un camino que estaba, y también eso era romántico, en lo alto de una colina, que Juan Ramón Jiménez llamó Colina de los Chopos. Todo sigue allí, entre la calle de Serrano y el Museo de Ciencias Naturales: los chopos, con algunas plantas crecidas después, el espíritu de la invención y, muertos ya la mayoría de sus protagonistas, las fotos, los papeles, los cuadros, el aliento. Y un cuartito abierto al público.

Pero 'la Resi' no se acabó. Estuvo aletargada durante el franquismo, y despertó con la democracia

Con motivo del centenario de su nacimiento, hay celebraciones en la Residencia de Estudiantes, llamada familiarmente -con una mezcla de nonchalance dandi y espíritu de escalera vecinal- la Resi. Ha habido una amplia exposición conmemorativa, conferencias, publicaciones, y ahora mismo (abierta hasta el 24 de abril del 2011) se puede ver la interesante muestra de gabinete Viajeros por el conocimiento, en la que se confirma que no todo era lúdico y académico en la edad de oro de la Resi; llegaban a sus aulas militares de graduación y arqueólogos con leontina y les enseñaban a los estudiantes allí residentes, incluidos los calaveras del alumnado, los cráneos milenarios que habían encontrado en Mesopotamia, la momia verdadera de Tutankhamon, los adornos votivos y las armas de unas civilizaciones remotas pero no atrasadas. Fue para mí especialmente emocionante visitar la sala dedicada al proyecto de expedición científica al Amazonas que no pudo concluir el capitán Francisco Iglesias, uno de los más sublimes segundas filas de la generación del 27 y amigo muy preferido de Federico García Lorca y Vicente Aleixandre. El noticiero mudo donde se reflejan los detalles del vuelo preparatorio Sevilla-Bahía que Iglesias y su co-piloto Ignacio Jiménez realizaron en 1929 es una pequeña joya de época, con su ingenuidad y su socarronería.

Pero yo quiero volver al cuartito abierto a la contemplación del público, en un civilizado horario continuo de diez de la mañana a diez de la noche, cuando se apaga la luz eléctrica. ¿Fue concebido en ese preciso lugar Un perro andaluz de Lorca y Dalí, como sugería uno de los boletines informativos de la Residencia? Podría ser, siendo lo de menos. En el Pabellón Gemelo número 1, a la altura de calle, y cerca de la entrada del complejo residencial, está, una vez que se pasa el Jardín de las Adelfas, esa recreación de una habitación histórica de la Resi de los años veinte, tiempos en que, según lo evocaba el poeta residente José Moreno Villa, "en un cuarto se hace medicina; en otro, cálculo infinitesimal; en otro, legislación; en otro, historia; en otro, caminos, puentes hacia la eternidad, versos". También se hacía, gracias a Dios, el gamberro, como sabemos, entre otros testimonios irrefutables, por lo que cuenta con gracia Rafael Alberti sobre los anaglifos en una entrevista incluida en el sugestivo documental de Rafael Zarza y Juan Pérez de Ayala Hablaremos de esto dentro de cien años, que se ha realizado en conjunción con el aniversario.

El cuarto recreado es todo un poema, medio ultraísta y medio costumbrista. A uno le satisface comprobar la cantidad de té que esos jóvenes con corbata y genio alegre ingerían, tal vez a las five o?clock de todos los relojes de la Resi. Se ven en el cuarto expuesto al menos cuatro teteras, aunque no falta, para dar la nota racial, la botella de anís y el brandy aborigen. En la "celda frailuna" (en palabras de la autobiografía del citado Moreno Villa), había palangana y jofaina, raqueta y otomana, una efigie de Goethe y una escribanía castellana. Qué felices los tiempos en que convivían la novedad y la tradición, el excursionismo serrano y el surrealismo francés, la moda extranjera y el paño lagarterano. Una de las cosas más reconfortantes que uno aprende viendo ese cuarto y leyendo el folleto preciosamente editado que lo acompaña, es que los ideadores de la Residencia, con un concepto higiénico muy británico, situaron las habitaciones orientadas a mediodía, buscando una buena ventilación, un soleamiento máximo y el máximo de luz natural. Para salir por medios naturales de la España negra.

Asomas la cara al cristal que protege ese cuarto histórico y sueñas despierto. Frugales y desmesurados, los alumnos históricos de la Residencia (todos hombres; las mujeres, algunas de gran relevancia, iban por su lado) son los fantasmas de un paraíso que se agostó cuando estaba a punto de florecer. El ideal anglófilo se quedó en la voluntad, y a Inglaterra llegó muy desengañado en su forzoso exilio el responsable de todo aquel empeño, Don Alberto Jiménez Fraud. Pero la Resi no se acabó. Estuvo aletargada durante el franquismo, y despertó con la democracia, preservando en la dormición, milagrosamente, la lozanía de sus rasgos y su alma intacta. Otro signo de la condición fabulosa de esa institución única que ahora celebra viva sus primeros 100 años.

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