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Feromonas

Las feromonas son unas sustancias cuya secreción genera determinados comportamientos en otros individuos. La atracción irresistible que provocan ciertas mujeres se atribuye a estas partículas, de cuya percepción ni siquiera somos conscientes. Años de observación en la materia me han permitido comprobar que algunos humanos emitimos otro tipo de feromonas, menos sutiles que las femeninas, que funcionan como un poderoso imán hacia los pelmas. Esta cualidad motiva que si, por ejemplo, te encuentras en un bar rodeado de una veintena de personas, el pesado de turno se dirigirá indefectiblemente hacia ti. Otro tanto te ocurrirá en el metro o mientras esperas en la peluquería.

Este prolongado contacto con palizas de diferente pelaje me ha permitido establecer una rudimentaria taxonomía de la especie que, quizá, pueda servir de base para futuros estudios más profundos. El modelo de brasas más extendido es el que sufre de incontinencia verbal. Preguntarle cualquier nimiedad puede resultar peligrosísimo. Recuerdo a cierta tendera, a quien por educación interpelé acerca de una reciente intervención quirúrgica, que terminó abandonando el mostrador y desatendiendo a la clientela para narrarme la operación con pelos y señales.

Otra variedad de chapas es el incapaz de concluir un diálogo. Te despides de él media docena de veces, pero siempre plantea un tema más o se acuerda de otra cuestión que quería discutir contigo.

Existe el que sufre ataques repentinos de amnesia y te repite lo mismo un centenar de veces, como si se hubiese tragado un contestador automático: "No te olvides de lo mío, eh". Otros se acompañan continuamente de determinadas muletillas para comprobar que prestas atención a sus interminables peroratas o que captas la profundidad de sus mensajes: ¿me explico?, ¿no entiendes?, ¿de acuerdo?, ¿vale?

El género de los inoportunos tiene predilección por aparecer por sorpresa e interrumpir la conversación que estás manteniendo con otro interlocutor. Además, no se conforman con saludar e intercambiar unos breves comentarios, sino que aprovechan para relatarte los últimos acontecimientos (nuevo trabajo, otra novia, un viaje a un país remoto) de sus apasionantes vidas. En Lo mejor que le puede pasar a un cruasán, Pablo Tusset aludía a quienes inesperadamente te llaman por teléfono y te espetan un "¿qué me cuentas?", confiando en que les des palique.

Cómo olvidarse del que imita alguna expresión célebre de la televisión, tipo "¡al ataqueer!" o "¡sus vi a crujir vivos!" Una vez le reímos la gracia y ha conseguido, a base de reiterativo, que odiemos no sólo la frasecita de marras, sino también al autor original de la misma.

Eso sí, ningún latoso se considera a sí mismo como tal. Todos tendemos a pensar que somos tremendamente divertidos y que tenemos cosas interesantísimas que contar. Somos así de inocentes. Hoy es nuestro día. Zorionak eta urteberri on!

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