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Columna
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Prisa

David Trueba

Noté cierta euforia en los locutores de los medios más conservadores ante el suceso de Olot. Un hombre, armado con una escopeta de caza, se cobró la vida de sus empleadores y bancarios. Para algunos era la conclusión lógica al estado de crisis en el que el Gobierno socialista ha sumido al país. Una certeza interesada, porque cuando sucesos así se producen bajo gobiernos conservadores, las autoridades quedan exculpadas de inicio y se buscan responsabilidades en las películas de tiros, las series violentas de televisión y en algún grupo musical gótico cuyas letras incitan sugestivamente a cargarse a los compañeros de clase. Es lo que tienen los sucesos, como son noticias dibujadas en un brochazo grueso, sirven para pintar la realidad como a uno le venga en gana. Y ahora toca pintarla de un negro intenso, hasta que llegue el cambio de gobierno y los sucesos sangrientos vengan bien para alguna otra función coercitiva o de control social.

El suceso es un arma de manipulación social. Los estudiosos de los medios relacionan la baja calidad democrática con el abuso del suceso. Por eso, quizá, el aumento en la inclusión de la crónica roja en los noticiarios televisivos habla claro de que la laboriosidad informativa se está dejando de lado para primar aspectos más dramáticos. Lograr las convulsiones sociales suele tener un fin bastante confesable, sacar al gobierno de la carretera. En el caso de Olot, luego han ido apareciendo rasgos más pintorescos, cruzados por supuesto con la posesión de armas de fuego, detalle que suele acompañar estas matanzas. Entre otras cosas, el detenido se quejaba de que una deuda bancaria nunca acababa de estar saldada, lo cual resulta familiar a cualquier español en edad de hipotecarse.

Por más que seamos un país entregado a las virtudes de la alta velocidad, no conviene pisar el acelerador de la insatisfacción general. La desesperación, que algunos anhelan, mejor no apoyarla en la gratuidad de los sucesos sanguinarios, cuya lógica es imprevisible. La gente con el bolsillo agujereado sabe que lo coherente, con el curso que llevamos, será que el gordo de Navidad caiga en Wall Street.

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