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Crítica:POP | Dover
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Turismo africano de wikipedia

Morbo. Acaso el término que mejor define la curiosidad que anoche se respiraba en la Joy Eslava ante la traslación al directo de I ka kené, el séptimo y más delirante disco de los madrileños Dover, inmersos ahora en un inopinado safari por los ritmos malienses. Morbo y desamparo relativo, a juzgar por la discreta entrada en una sala repleta de invitados. En realidad, sigue sin quedar claro si a alguien le convence de veras la nueva deriva afrochundachunda de las hermanas Llanos. Cuando localicemos a un partidario, podríamos entrevistarlo.

A la vuelta del verano, tras descubrir el sencillo de adelanto (Dannayá), algunos lo tomaron por un chiste malo, otros por una tomadura de pelo y, los más magnánimos, por la enajenación transitoria de una banda que le ha cogido gusto a los bandazos disparatados. Pero la escucha del disco al completo acabó de encender todas las alarmas: puede que nunca la crítica nacional haya escogido epítetos tan lacerantes para masacrar el trabajo de una formación controvertida, pero asentada.

DOVER

Cristina Llanos (voz), Amparo Llanos (guitarras, voces), Samuel Titos (bajo), Jesús Antúnez (batería), Gaumet González (percusiones). Joy Eslava. 19 de diciembre. Tres cuartos de entrada (750 espectadores).

Desde el primer compás, 'I ka kené' suena a pastiche e impostura

Dannayá es un disparate tan superlativo que un sector del público le ha terminado cogiendo cariño, lo baila y hasta profiere esos Je Je tribales (¿o son risibles?) que salpican la interpretación. Fue la última pieza antes de los bises y la única del nuevo álbum que no se recibió entre la tibieza, la perplejidad o el bostezo. Por mucho que Cristina quisiera motivarse con un "¡Qué bien me lo estoy pasando, carajo!" que sonó tan falsario como su repertorio más reciente.

El nuevo espectáculo de Dover alterna el material afrochunguito con los descubrimientos discotequeros de su anterior entrega, Follow the city lights. Sobre estos últimos ya lo sabíamos todo: son una reinvención en parte simpática, pero lastrada por ese permanente bajo por octavas (con la misma nota repetida en grave y agudo) que convierte a Samuel Titos en el músico más irritantemente predecible del planeta. Pero la aventura maliense requiere de una digestión aún más pesada. Desde el primer compás suena a pastiche e impostura, a ejercicio turístico y virtual a partir de un par de consultas en la Wikipedia.

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Si alguien pensó que I ka kené sería el Graceland o el Rei momo del pop español, que se vaya olvidando. Hay tantas semejanzas entre las Llanos y Paul Simon o David Byrne como entre Camela y Depeche Mode. Por eso, sin gasolineras como punto de distribución discográfica, no hay dónde vender el disco de Dover.

Cristina, con camisa de leñador y tacones kilométricos, dio lo mejor de sí. También Amparo, que reconoció: "Yo era una dependiente modélica". A Jesús (batería), desde que se pasaron al dance, deberían doblarle el sueldo: se pega una verdadera paliza. Pero el resultado es un monstruo sin cabeza. Ni gusto. Ni sentido.

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