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Columna
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Velázquez y Fabra

Alrededor de cuatro horas se tardaba hasta ahora en llegar desde la capital de La Plana a Madrid. Tiempo suficiente para leer el periódico, echar un vistazo a la Meseta y aterrizar en Atocha. El AVE desde Valencia acorta ahora el tiempo, que no la distancia. El centro es el centro, y aquí la mentalidad imperante fue siempre la de las comunicaciones radiales del siglo XIX. Por eso Felipe González llevó la alta velocidad a Sevilla y José María Aznar, el hiperbólico patriota cuando viaja a otros países, la llevó a Valladolid. Preguntado González por el porqué, contestó que si él no lleva la alta velocidad a Sevilla, tras él nadie la habría llevado. De los Gobiernos de Aznar sabemos, por un informe de la Unión Europea, que no atendieron las recomendaciones objetivas del tráfico de personas y mercancías que apuntaban al corredor mediterráneo como prioridad para unirnos con el centro de Europa, sino que siguieron unas pautas más bien políticas a la hora de llevar el AVE a Valladolid. Así que bien puede afirmar el inspirador de artistas Carlos Fabra que el AVE no llega estas Navidades a Castellón ni se le espera. Tampoco sabemos si van a llegar múltiples vuelos a su aeropuerto de la Vilanova, ni si se esperan. Como no sabemos cuántos miles de euros de nuestros impuestos deberemos pagar a una empresa privada, si esos vuelos no acaban de llegar; ni cuántos miles de euros públicos se llevan gastados ya, en plena crisis, en el aeropuerto provincianista; ni cuántos miles ha de gastar el erario público para adornar el aeropuerto Fabra de obras artísticas de dudoso gusto.

Porque el gusto por lo artístico, con una duración de unas cuatro horas mientras lo del periódico, el paisaje en el Alaris, nos empujó a unos vecinos castellonenses al Madrid de las exposiciones y el arte. Era la primavera pasada, y el Musée d'Orsay de París y la Fundación Mapfre nos permitieron contemplar lo mejor del impresionismo pictórico. La entrada era gratis y las colas de público en las calles de Madrid, para disfrutar de Monet, Renoir y los demás, eran colas moscovitas de la URSS, enormes y pacientes. En las salas colgaban también cuadros de Edouard Manet, padre y orientador de los impresionistas sin que los expertos del arte acaben de calificarlo a él, o incluirlo, en el movimiento artístico libre e innovador del XIX. Manet es la ternura del pífano con su flautilla y mucha inspiración e influencia de la pintura hispánica. Velázquez, Velázquez, Velázquez, solía decirles a los pintores impresionistas, y "cuando os canséis, otra vez Velázquez". La fuente de inspiración y de la técnica pictórica en tantísimos de sus cuadros. Un deleite, a distancia que no cubre el AVE del deleite que se podría disfrutar ante las obras de Juan García Ripollés, el artista castellonense encargado, por quien manda, de adornar el despilfarrador aeropuerto de Fabra. Y Ripollés afirma que el inspirador de su obra aeroportuaria es Fabra, Fabra, Fabra. Amén, con AVE o sin AVE.

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