Lo importante es la salud
Espíritus burlones sostienen que, con la privatización de la Lotería, Zapatero ha comenzado a desmantelar el Estado de bienestar. Algo se parece al bienestar el calorcillo que anima a los jugadores a seguir el sorteo el día 22 de diciembre o el hormigueo esperanzado con que acuden a los tabucos de las loterías públicas a comprobar los resguardos de Primitiva. Estado, desde luego que son, y mucho. El 80% de los españoles se deja engatusar al menos una vez por cualquiera de los juegos de la lotería. Las ventas anuales alcanzan los 10.000 millones de euros y proporcionan unos 3.000 millones a la Hacienda pública. En España la lotería es un juego social que practican ricos
y pobres. El rito interclasista consiste en convertirse en rico (o regalar a otro la probabilidad de hacerlo) gracias a la varita del azar. Un calvinista dirá sin duda que esas no son formas de encontrar la gracia de Dios en este mundo; pero a quien sonríe la fortuna no necesita preguntarse por el origen teológico del fenómeno.
Ahora bien, ¿tanta es la suerte que promete y concede la lotería? Pues no. Más del 85% de los números pierden todo lo invertido, un 10% aproximadamente recupera lo jugado y apenas un 5% recibe premios. Y eso que la lotería española es la que más dinero dedica a premiar a los jugadores. Hay una posibilidad entre 86.000 de que a un ciudadano le toque el gordo de Navidad; y si le toca, lo más probable es que la retribución no le haga millonario. La lotería es en realidad una ficción. En realidad, un gran número de jugadores paga para contribuir a la alegría cumplida de unos pocos y quizá participar de ella (parece inane y contagiosa) a través de la televisión.
Las matemáticas no mienten. Así de claro lo dice Adam Smith: "No hay, sin embargo, postulado matemático más cierto que cuantos más billetes se aventuren más probable es que se pierda. Juéguense todos los billetes de lotería y se perderá sin duda alguna". La mayoría de los jugadores lo sabe, porque llevan toda una vida perdiendo (salvo Carlos Fabra); pero, antes que el magro premio, cotizan el jolgorio pos-sorteo y repiten la letanía del perdedor: "Lo importante es que haya salud".
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