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Reportaje:SINGULAR | Marcelino Martín, medalla a la Constancia

Un ángel tras la curva de la muerte

El socio más antiguo de la Cruz Roja auxilió a Ava Gardner tras un accidente

Juan Diego Quesada

La curva de la muerte estuvo un tiempo situada a la entrada de La Moraleja, en los alrededores de Los Dominicos. Los coches derrapaban y se estrellaban contra un muro de piedra o caían directamente a un arroyo cercano. En una frondosa finca, a la salida de la curva, vivía Marcelino Martín con sus suegros. Cada vez que escuchaba un golpe, el hombre salía corriendo a ver qué había pasado. Da igual que estuviese echando la siesta o que el accidente fuese a medianoche. Marcelino salía a atender a los heridos. Llevaba encima unos paños y alcohol, que cuando el bote estaba vacío lo sustituía por coñac. El ángel de la curva auxilió, como buen samaritano, a cientos de desconocidos.

"Paraba al primer coche que pasaba y pedía que me acercasen con la víctima a la casa de socorro. Muchos estaban muertos ya. Los que no, los intentaba salvar", cuenta en el salón de su casa, en lo que antes era el pueblo de Fuencarral, donde vive ahora. Su esposa, Paquita, prepara café para combatir esta tarde de frío, y su cuñada, Purificación, está enfrascada en unos crucigramas. "Mi condición me pedía que ayudase a cualquier persona, pero me metía en líos. En la casa de socorro me pedían mis datos. Después me llamaban para que fuese al juicio a declarar como testigo. Vamos, me pasaba los días en el juzgado. Después de consultarlo con un amigo guardia civil, decidí que llevaba al herido hasta la puerta y ahí lo dejaba. Daba una voz y salía corriendo", narra vestido elegantemente con una chaqueta a cuadros. Después tocaba volver a casa, muchas veces descalzo y sin camisa.

Los coches se estrellaban contra un muro de piedra al lado de su casa
Cada vez que escuchaba el golpe, el hombre salía a ayudar a las víctimas
Se pasaba los días en el juzgado porque tenía que declarar como testigo
Barman jubilado, de 82 años, durante 63 ha prestado servicios humanitarios

Todo este sacrificio ha tenido su recompensa. Marcelino Martín ha recibido esta semana a sus 82 años la Medalla a la Constancia que concede la Cruz Roja por haber prestado servicios humanitarios durante 63 años. Es el socio más antiguo. Se hizo miembro cuando tenía 14 años y trabajaba de botones en el hotel Avenida, en la Gran Vía. Nunca dejó de pagar la cuota, dos pesetas al mes entonces y 20 euros ahora.

La historia de Marcelino regresa a mediados de los años cincuenta. Una madrugada escuchó un fuerte golpe. Serían las cinco o las seis, no faltaba mucho para amanecer. El conductor de un coche había perdido el control y se había empotrado contra el muro. Cuando Marcelino y su suegro, Alberto Luengo, se asomaron para prestar ayuda, se encontraron con que quien iba al volante era Ava Gardner. La actriz estadounidense había comprado hacía poco una casa en La Moraleja que se llama La Bruja. Le venía el nombre por tener en el tejado una veleta con forma de bruja volando sobre su escoba. Caballerosos, atendieron a la actriz ("Déjeme usted que le diga que era una señora preciosa", tercia Marcelino; Paquita, mientras, no da muestras de ponerse celosa) y después la acompañaron hasta su casa.

Paquita ha terminado de preparar un delicioso café y agrega: "En todos esos años dimos mucha ropa a gente, no les íbamos a dejar irse con la ropa hecha jirones. Prestábamos también los arreos de las mulas para sacar los coches. Muchos nunca nos lo devolvieron, pero la Gardner cada vez que pasaba por la finca y veía la puerta, tocaba el claxon. Saludaba con la mano".

No es la única celebridad a la que prestó auxilio. El conde de los Gaitanes cayó al arroyo con su coche tras coger la curva muy deprisa. "Escuché voces y saqué una mula y una yegua para tirar del carro. La yegua se resabió. No había forma de moverla ni para adelante ni para atrás. Logramos sacarlo entre cuatro o cinco a empujones. Salió zumbando nada más sacarlo. Aún estoy esperando que me dé las gracias".

Barman enamorado de un buen daiquiri o un Manhattan, Marcelino Martín es también un hábil cazador. Durante muchos años trabajó para los duques de Medinaceli. Guarda en un álbum unas bonitas fotos en blanco y negro en las que se le ve con los duques posando delante de un venado abatido. Aquí es donde sale el alma de antiguo pueblo del distrito de Fuencarral, donde habitaba un buen número de amantes de la montería. Solo dejaba su tierra para trabajar en Semana Santa en hoteles de Sevilla o en el hotel Londres de San Sebastián, lugar de veraneo de la gente bien. Paquita y la hermana escuchan el relato de Marcelino. Apuntalan fechas, ciudades, detalles.

Anochece. Llega la hora de irse. "Aquí tiene usted un amigo. Vengan en verano que es cuando mejor se pone el lugar", ofrece Marcelino. Paquita, muy orgullosa del pequeño huerto que ha montado en el patio de la casa, enseña unas hermosas flores que cuida con esmero. "¡Adiós!", se despiden ambos en la puerta. A la mañana siguiente, Marcelino llama por teléfono: "Oiga, una cosa que no le dije ayer. El que quiera buscar mis huellas que no lo haga en la ciudad, que lo haga en los caminos de Fuencarral". Por ellos da largos paseos el ángel de la curva. Que conste en acta.

Marcelino Martín en el salón de su casa con el diploma del premio a la Constancia; encima de la mesa, las dos medallas de la Cruz Roja.
Marcelino Martín en el salón de su casa con el diploma del premio a la Constancia; encima de la mesa, las dos medallas de la Cruz Roja.LUIS SEVILLANO

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Sobre la firma

Juan Diego Quesada
Es el corresponsal de Colombia, Venezuela y la región andina. Fue miembro fundador de EL PAÍS América en 2013, en la sede de México. Después pasó por la sección de Internacional, donde fue enviado especial a Irak, Filipinas y los Balcanes. Más tarde escribió reportajes en Madrid, ciudad desde la que cubrió la pandemia de covid-19.

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