Defraudados
En su reciente proclamación, exaltación o como llamen a la ceremonia en la agrupación socialdemócrata valenciana, Jorge Alarte pidió el voto a la gente defraudada con el PP de Francisco Camps, cuestión que plantea algunos interrogantes: ¿desconocía el elector de Francisco Camps el alcance del estropicio que acometía el imputado presidente? ¿se aplicaban mejor en el desguace sus antecesores Eduardo Zaplana y José Luis Olivas?... Existen múltiples categorías de votantes del PP indígena, ubicadas entre la hinchada del bandolerismo y la esperanza de arramblar con alguna migaja del botín. Considerar factores como el desencanto o la decepción, atribuyéndolos a quienes auparon a Camps para que prosiguiese con la devastación, resulta un tanto aventurado. Por una parte, insulta, no diré que sin razón, la inteligencia de quienes se dejaron llevar al huerto sin pertenecer a la marabunta. Pero al mismo tiempo, el aspirante exhibe la limitación, impotencia e incapacidad de su cofradía en invertir el sentido de la historia, por decirlo finamente. Para desperezar un censo adocenado, durmiente, ajeno a la causa o sencillamente moribundo, no basta con perseguir carteristas en este vivero rebosante, por más que la tarea reclame no desfallecer ni abandonar. O que, llegado el caso, prometa que no habrá estatua del amado líder. La de Fabra en el aeropuerto de Castellón, colocada sobre la torre de control, puede ser de gran utilidad para espantar pajarracos y gaviotas carroñeras. A cinco escasos meses de la próxima derrota, la que precederá a la siguiente que aún será peor, Alarte colecciona un vistoso álbum con obispos y cardenales de la peor especie. Exportar al escenario público credos particulares cuando arrecia el clamor por unos presupuestos aconfesionales, reportará pocos votos de clase -porque todavía hay clases, ¿no?- a quien tan a gusto navega entre purpurados. También festeja el AVE, ese tren que les han puesto a cuatro exquisitas para comprarse bolsos en la madrileña calle de Serrano. El candidato, en fin, se revela clarividente para unos y misterioso para otros. Los primeros lo perciben como un conjunto vacío. Otros, en cambio, escrutan un páramo de incógnitas: ¿tiene algo que decir sobre política económica, más allá de la zozobra autonómica? ¿está de acuerdo con el pensionazo? ¿es entusiasta, como la ministra Salgado, de los impuestos indirectos, de preservar las rentas altas y la hegemonía bancaria? ¿nada de esto va con él? ¿repondrá en La Fe el hospital infantil que se ha cepillado el régimen de Camps? ¿devolverá la primacía del espacio público quien ha bendecido su usurpación en el Mestalla? ¿cuántos segundos resistirá a la decisión del Gobierno de instalar en Zarra el almacén de basura nuclear? Daños y fraudes tienen distinto significado. Mal puede defraudar aquel a quien se le adivina hasta la intención.
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