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Crítica:ELECTRÓNICA | Caribou
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Silicio y psicodelia

Quien se encontrara anoche con Dan Snaith por los pasillos del Círculo de Bellas Artes jamás le imaginaría como un gurú internacional de la música electrónica que se aprestaba a ofrecer en la Sala de Columnas un concierto con las entradas agotadas desde días atrás. Vestido con una camiseta blanca estilo Abanderado, el gesto a menudo absorto y la masa pilosa en precoz deterioro, este canadiense de 32 años encaja más con el arquetipo de su otro oficio, el de matemático a punto de divulgar en un congreso alguna fórmula endemoniada. Pero ahí le tienen: agitando a las masas, teorizando sobre la cultura de los clubes y colocando su nuevo trabajo al frente del cuarteto Caribou, Swim, en un muy meritorio puesto 18 en la clasificación que la revista británica Mojo elabora con los mejores discos del año.

Snaith tiene querencia a cantar mirando hacia el techo de la sala y su voz, aguda y escasa de cuerpo, se desvanece algo más de lo debido entre la maraña sonora. El resultado es, sin embargo, más subyugante de lo que se podría temer.

Caribou ha sucumbido (como tantos otros) a los hechizos de la electrónica, pero su nuevo corazón de silicio sigue tolerando aprendizajes anteriores, más cercanos a la psicodelia y a ese rock reconcentrado que se mira a la punta de las zapatillas

Es fundamental en ese sentido el concurso del batería, Brad Webber, en primera línea del escenario y siempre dispuesto a ganarse el jornal con una permanente inversión de energía. Swim es música electrónica, pero de vocación más o menos orgánica: una opción elegante y llevadera, como la de quien se pasa a la fruta y la verdura sin privarse alguna vez de la paletilla. Los ejemplos de su repertorio más reciente (Odessa, Kaili) se alternan con temas antiguos (Sundialing, del álbum Andorra) que pueden remitir a My Bloody Valentine.

Completen el menú con esa iluminación tenebrosa, espectral, sin apenas focos: solo proyecciones oníricas en forma circular (como la portada de Swim) y las sombras de los músicos, cabizbajos, reflejadas en la misma pared.

El suelo tembloroso de la sala y los pasajes en los que Snaith ejerce de segundo batería dejaron momentos para la catarsis.

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