El nuevo ejército
Lunes, 1 de septiembre de 2003. Taipei. El primer ministro taiwanés llamaba uno por uno a los responsables de las principales instituciones y empresas del país. La inteligencia nacional había reportado que un ejército de hackers con base en las provincias chinas de Hubei y Fujian había contaminado con éxito y mediante 23 troyanos las redes de 10 compañías privadas. Estas redes habían sido usadas como plataforma para asaltar al menos una treintena de agencias gubernamentales y 50 compañías particulares. Entre las dependencias gubernamentales asaltadas con éxito estaban la policía, el Ministerio de Defensa, la Junta Electoral y el Banco Central. En una decisión sin precedentes, el Gobierno taiwanés aprobó no solo hacer público el ataque, sino también sus detalles técnicos, recomendando de paso a las empresas locales que no compraran software desarrollado en China ni contratar desarrolladores en aquel país.
Era el primer caso documentado de ciberguerra. El Ministerio de Información de Milosevic ya había sufrido ataques organizados y estratégicos en los noventa, pero tras ellos no había Estados, sino grupos de ciberactivistas y voluntarios de todo el mundo empeñados en hacer visibles los crímenes de guerra y entorpecer la propaganda oficial.
Pero las fronteras de la ciberguerra siempre son borrosas. El 27 de abril de 2007 las principales instituciones estonas, desde el Parlamento a los periódicos pasando por los bancos, veían caer sus sitios webs ante un ataque masivo originado en Rusia. El apagón informativo virtual se acompasó con violentas protestas de la minoría prorrusa en la calle. Durante horas, la confusión y el miedo hicieron a muchos temer un verdadero golpe de Estado postmoderno. Al año siguiente, durante el conflicto ruso-georgiano, el estratégico gaseoducto entre Bakú, Tblisi y Ceyhan se veía paralizado por un ciberataque ruso. Lo sería por segunda vez en agosto de 2009. En esta ocasión se usaron las mismas IPs que en Estonia.
Estos ejemplos revelan el lugar de la ciberguerra en la relación entre Estados: paralizar infraestructuras y generar alarma para producir desestabilización política. La ciberguerra es el ciberterrorismo de los Estados.
Y entonces, ¿todos estos ataques contra servidores corporativos que reclaman vengar a un Assange perseguido por las revelaciones de Wikileaks serían también ciberguerra? Una de las características de nuestra época es, como enunciaba Jesús Pérez Triana en Guerras posmodernas, el "ascenso de un nuevo tipo de actor internacional de escala cada vez más pequeña". Los mismos cambios tecnológicos que dan la posibilidad a pequeñas firmas de convertir un producto en fenómeno global o a un periodista en celebridad planetaria permiten que comunidades de escala casi invisible "colapsen" sistemas vitales en la actual estructura de la globalización. La postmodernidad se parece cada vez más al mundo descrito por Bruce Sterling en Islas en la Red, y, como en aquella mítica novela, la ciberguerra es solo la telonera de las estrellas por llegar.
David de Ugarte es socio del Grupo Cooperativo de las Indias y autor de Los futuros que vienen: la descomposición global y la importancia de la comunidad en el siglo XXI.
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