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OPINIÓN
Columna
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¿Cómo reducir las muertes en carretera?

Los últimos accidentes de tráfico mortales en las carreteras vascas deberían provocar en la ciudadanía un debate sobre la responsabilidad vial. Dos de ellos, registrados hace dos fines de semana en un intervalo de apenas ocho horas, dejaban tres muertos. El siniestro más grave se producía el sábado 27 de noviembre de madrugada. Dos jóvenes de 17 y 19 años fallecían y una mujer de 36 resultaba herida grave cuando sus coches chocaban frontalmente en la N-634, a su paso por la localidad de Galdakao. El siniestro tenía lugar a las seis de la mañana. Tanto los dos fallecidos como la herida viajaban en vehículos o bien de gama alta o bien equipados con los últimos sistemas de seguridad: un Volkswagen y un BMW. El impacto provocaba que parte de los coches quedaran desintegrados y que uno de los jóvenes saliera despedido del mismo. La Ertzaintza investiga las causas, pero todo apunta presumiblemente a una imprudencia.

Algo falla cuando los más jóvenes consideran el coche privado un artículo de primera necesidad

No es la primera vez y, desgraciadamente, no será la última. En nuestras retinas todavía conservamos el fatal accidente ocurrido el pasado mes de abril a poco menos de un kilómetro de la salida de Orio en la A-8, en un tramo de tres carriles y donde se dejaron la vida cuatro vecinos de la localidad cuando circulaban con un Mercedes, según el atestado de la Ertzaintza, a más de 200 km/h. A este, paradójicamente, le precedió otro, pocos días antes, en una recta con línea continua en la N-634, a la altura de Elgoibar, con cuatro jóvenes muertos. La mayoría de todos ellos no pasaba de los 36 años. Como tampoco el vecino de Miravalles que resultaba atropellado mortalmente en junio en Igorre por un conductor de 25 años que iba ebrio.

El recuerdo de estos siniestros y la fotografía del de Galdakao nos llegan poco después de que STOP Accidentes celebrase en Euskadi el Día contra la Violencia Vial. Llegan cuando hace poco más de un mes la Dirección de Tráfico del Gobierno vasco recurría a un personaje de dibujos animados para ilustrar una campaña con la que denunciar las conductas imprudentes y temerarias en el asfalto. Llegan después de que la Fiscalía nos haya insistido en que los delitos relacionados con la seguridad vial aumentaron un 20% en 2009 respecto al año anterior. Que los juzgados tramitaron 7.464 causas por infracciones graves y que se celebraron 3.600 juicios rápidos. Que la conducción bajo los efectos del alcohol y las drogas son los supuestos penales más numerosos. Y que el 27% de los accidentes se produce por distracciones de los automovilistas.

Las muertes en las carreteras vascas es verdad que han descendido. Hasta un 24,7% el año pasado, con 67 fallecidos frente a los 89 de 2008. Incluso, tomando una perspectiva más amplia, la cifra resulta significante, ya que en 2003 los muertos ascendían a 207. Todos los responsables en aquel entonces calificaron como muy buen dato la reducción de la mortandad en las carreteras. Ahora bien, en medio no podemos olvidar que tenemos la implantación desde hace algo más de tres años del carnet por puntos, un sistema que ha llevado primero a salvar 1.500 vidas y después a concienciar a la ciudadanía. Entre otras, cosas porque a la pérdida de puntos (el 40% de las multas en este tiempo se ha debido al exceso de velocidad, a la conducción bajo los efectos del alcohol o a hablar por el móvil) se han sumado las faltas muy graves con penas de cárcel. Pero, a día de hoy, la sangría continúa y alguien podría pensar que, ante la creciente motorización de las familias, algo falla en una sociedad en la que los más jóvenes consideran el vehículo privado como un artículo de primera necesidad y no como un artículo de lujo. Alguien podría pensar que algo falla en una sociedad en la que según el último estudio de la Fundación Española para la Seguridad Vial el 40% de los ciudadanos cree que las indicaciones para limitar la velocidad están puestas para multar.

Dos de los cinco últimos fallecidos en las carreteras vascas tenían 17 y 19 años. Los jóvenes son aproximadamente en España el 22% de la población, el 20% del censo de conductores y soportan más del 36% de las muertes en accidentes de tráfico y el 42% de los heridos graves. Uno de los puntos negros de la estadística se registra en los primeros años como conductor. Hasta el sexto año al volante no se estabiliza la siniestralidad. Lo dice la DGT. Y lo hace cuando en nuestro país el Plan Estratégico de Seguridad Vial 2010-2015 contempla permitir la conducción de jóvenes de 17 años en compañía de un adulto. Al menor se le exigirían unas horas de instrucción, varias clases prácticas y un examen teórico. Al adulto, cinco años de antigüedad como conductor, la totalidad de sus puntos y ninguna sanción grave. ¿Puede ser la solución para reducir la siniestralidad? En países como Alemania, Suecia, Bélgica o en Francia, donde el 30% de los nuevos conductores pasa por este proceso, han comprobado cómo la siniestralidad ha caído entre un 20% y un 40%. Sin embargo, hace falta algo más: es necesaria la misma conciencia social -en los colegios, en las autoescuelas, en las familias- que cuando nos encontramos ante catástrofes como la de Haití. Y más aún, hace falta que quien coja el coche sea consciente del alcance de su actividad. Lo contrario estará muy cerca de la mediocridad y, como vemos habitualmente, del daño a terceras personas.

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Andoni Orrantia es periodista.

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