Encrucijada socialista
Las elecciones del pasado domingo fueron catastróficas para el Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC), que llegó a sus mínimos históricos. A seis meses de las elecciones municipales la tierra se abre bajo los pies del socialismo, que tiene en Cataluña un notable granero de votos. La encuesta de Metroscopia, que publica hoy EL PAÍS, confirma que el desplome del socialismo en Cataluña se corresponde exactamente con lo que está ocurriendo en el conjunto de España, donde se sitúa en un 24,3% y alcanza la mayor diferencia de expectativa de voto, un 18,8%, en relación con el PP.
Los socialistas catalanes han sido, así, los primeros en sufrir las consecuencias electorales de la crisis. Pero sería un error convertirla en la única causa de su derrota. La errática gestión del tripartito, con sus continuas querellas internas, bastaría para explicar buena parte del fracaso. Ahora, a 34 diputados de distancia de los vencedores, Convergència i Unió, los socialistas intentan buscar soluciones. Como sucede siempre que hay malos resultados, regresa la polémica sobre las dos almas del partido: la catalanista y la españolista, con la amenaza en el horizonte de que los socialistas pierdan Barcelona, la capital más importante que tienen en España.
El próximo congreso del PSC -primera fuerza municipalista de Cataluña- será después de los comicios locales. Los estatutos establecen un periodo de cuatro meses desde la convocatoria hasta la celebración de la reunión del máximo órgano. En este largo trecho las distintas sensibilidades del partido deben debatir con sentido común y la convicción de que una sin la otra van ambas directamente a la ruina. El mayor activo del PSC a lo largo de la democracia ha sido el de mantener el difícil equilibrio entre sus dos almas. Si finalmente no logran hacerlo, correrán el serio riesgo de quedar reducidos a la irrelevancia.
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