Muti apaga todas las alarmas con ayuda de Rossini
El director reaparece en Roma tras su enfermedad con 'Moïse et Pharaon'
Había una lógica preocupación con el estado de salud de Riccardo Muti. La cancelación a principios de octubre de una buena parte de los conciertos inaugurales con motivo de su titularidad de la Sinfónica de Chicago, y el viaje inmediato a Europa por motivos médicos, habían encendido todas las alarmas. Los cuatro meses anunciados de descanso se han reducido a dos. Muti volverá a Chicago a comienzos de febrero para completar los programas anunciados.
De momento ha reaparecido en Roma, prescindiendo de la titularidad artística y musical del teatro de la ópera romano, pero haciéndose cargo de Moïse et Pharaon, ópera seria de Rossini, con la que ayer se inauguró oficialmente la temporada. El martes tuvo lugar una anteprima benéfica, con carácter de superestreno, a la que asistió el presidente de la República, Giorgio Napolitano, lo que permitió poder escuchar la versión más fogosa imaginable del himno italiano bajo la batuta de Muti. Más adelante, en marzo, el director napolitano volverá a Roma con Nabucco, pero eso es otra historia.
El coliseo romano abre la temporada y se adelanta a La Scala y a Barenboim
El descanso le ha sentado bien a Riccardo Muti. Es cierto que la identificación que tiene con esta obra lírica de Rossini es asombrosa, y así lo demostró en el Festival de Salzburgo de 2009 al frente de la Filarmónica de Viena. Pero la comparecencia en Roma era otra cosa. En el ambiente se mascaba que la presencia de Muti era un pulso a la inauguración de La Scala de Milán la semana próxima con Barenboim con un título wagneriano. Incluso en las manifestaciones callejeras a la puerta del teatro se criticaba con fuerza la situación social y profesional de la ópera en Roma -y en Italia-, pero los manifestantes salvaban la figura de Muti de todo el caos lírico y cultural.
Claro que para caos el del tráfico. Las manifestaciones estudiantiles y la lluvia propiciaron un atasco monumental en la ciudad. Cuando empezó la representación se había ocupado solamente medio teatro e incluso algunos espectadores llegaron al tercer acto. En ostentación de joyas y escotes generosos, el público femenino de Roma superó al de Milán. En elegancia, no. La veteranía es un grado. La elegancia musical se la apropió Riccardo Muti con un fraseo primoroso, en una lectura con una gama de matices y de intensidades más cercana en todo caso a la plasmación de una atmósfera dramática que trágica. Entre los cantantes sobresalieron Ildar Abdrazakov y Sonia Ganassi, manteniéndose a buen nivel Nicola Alaimo, Eric Cutler, Juan Francisco Gatell y Anna Kasyan. Los cuerpos estables del teatro se mostraron solventes y entregados.
En cuanto a la puesta en escena de Pier'Alli, es menos plúmbea que la de Jürgen Flimm en Salzburgo. Su dominio monumental y videográfico no impide cierta sensación de estatismo. Llamó la atención la coreografía de tono zen de Fang-Yi Sheu. Tiene poco que ver con la música de Rossini pero es muy original. En conjunto, las cuatro horas del espectáculo se hacen llevaderas, y hasta cortas, gracias a la música de Rossini y al partido que de ella saca Muti. El maestro se mostró en buena forma. Es una noticia de gran importancia para la salud del arte lírico.
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