Hacia una sociedad más igualitaria

Todos los años, en torno al 25 de noviembre, Día Internacional contra la Violencia de Género, las instituciones nos proporcionan una información estadística valiosísima sobre el estado de la cuestión: muertes, denuncias, renuncias, procedencia de las mujeres, origen de los hombres... Hacen igualmente una valoración, normalmente optimista, de todo lo que se va consiguiendo gracias a los medios que se han puesto al alcance de todas las mujeres que sufren "maltrato".

Pero resulta incongruente con el discurso que lanzan que, en un tema tan delicado y tan cruento, y visto los desgraciados resultados, no tengan en cuenta las reivindicaciones históricas del movimiento feminista y de mujeres en general, en torno a concebir la violencia de género como una estructura asentada de tal manera, que si no se van rompiendo a la vez todos los cimientos que la sustenta, no avanzaremos jamás hacia una sociedad más igualitaria.

Todas las violencias que forman parte integral de nuestras vidas (discriminación salarial, segregación laboral, explotación y esclavitud sexual, discriminación por opción sexual, roles estereotipados, utilización corporal, invisibilidad, feminización de la pobreza, y un largo, larguísimo etcétera) deben ser encaradas con todos los medios al alcance: presupuestos, profesionales y recursos materiales y, sobre todo, con determinación política global y permanente.

Esta lacra social que pone en entredicho la condición humana y que denuesta cualquier definición de democracia, debe ser erradicada para siempre de nuestras sociedades.

Las mujeres no queremos estar siempre detrás de la barra que separa lo masculino primero de lo femenino después (ciudadano/a), porque queremos tener la ciudadanía plena y no ser objetos secundarios.