Un artificio falsificador
El regalo del idioma a las estrellas extranjeras tuvo efectos devastadores
El doblaje es un artificio falsificador de la interpretación actoral; el doblaje proporciona una facilidad al espectador; el doblaje nace históricamente de una afirmación nacional-fascista; las versiones originales favorecen el aprendizaje de idiomas; el doblaje constituye una industria legítima. Estas cinco proposiciones son verdaderas aunque colisionen entre sí. El doblaje obligatorio fue implantado por Mussolini en octubre de 1930, para defender la lengua italiana; fue luego copiado por Hitler y en abril de 1941 el falangista y ex vanguardista Tomás Borrás, jefe del Sindicato Nacional del Espectáculo, lo implantó en España En una época con una tasa de analfabetismo relevante, el doblaje facilitaba el acceso del público al cine extranjero, además de facilitar las manipulaciones censoras de los diálogos. Pero el regalo del idioma a las estrellas extranjeras tuvo efectos devastadores para la competitividad del cine español, hasta el punto de que las insistentes protestas profesionales hicieron que esta norma se derogara en 1946. Pero para entonces la inercia estaba ya consolidada en las distribuidoras y el público. Como lo ha estado en Italia y Alemania.
Todo el mundo puede concordar en que la voz y la dicción forman parte del arte del actor y tan insustituible es la voz cascada de Pepe Isbert como la aterciopelada de Orson Welles. Jean Renoir dijo que en la Edad Media los dobladores serían quemados en la plaza pública por brujería, por dar a un cuerpo una voz que no era suya. Con todo el respeto a nuestros excelentes dobladores, hay que repetir que el doblaje es una impostura. Nuestro vecino Portugal no dobla (salvo los dibujos animados infantiles), como no se dobla en las repúblicas iberoamericanas, con tasas de analfabetismo superiores. En Francia el sindicato de actores dictaminó en los años treinta que el doblaje constituía una "suplantación de personalidad fraudulenta". Pero en este país la tendencia a doblar las cintas para reestrenos o ciudades de provincias se ha ido incrementando en los últimos años. Y la pequeña pantalla del televisor está favoreciendo esta tendencia. Pero en Suiza es habitual la subtitula-ción en dos idiomas.
Existe por tanto un contencioso en torno al doblaje que ofrece muchas facetas, desde la integridad artística de la versión original hasta la facilidad para los televidentes sedentarios, pasando por los derechos de los dobladores y sus empresas. Pero, mírese como se mire, el perjudicado en este asunto es siempre el cine español, como lo ha sido desde 1941. Se habla periódicamente de establecer una tasa sobre el cine doblado destinado a las arcas del cine español. De eso se habló ya en la época del ministro Fraga secundado por García Escudero al frente de la burocracia estatal cinematográfica. Al debate se añade ahora la promoción del aprendizaje de idiomas y se repite que en Portugal se conoce mejor el inglés que en España. Es cierto. Ahora solo falta sentar en una mesa negociadora a todos los agentes involucrados —desde estudios de doblaje y gremio de dobladores hasta productores de cine español— y buscar la fórmula mágica.
Babelia
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