Una concertación necesaria... e improbable
No solo venimos de una insastisfactoria sentencia. También de una realidad numérica aplastante, que se traduce en Poder. El primer presupuesto de Jordi Pujol (1981) ascendió a 54.730 millones de pesetas. El último de José Montilla, a 39.819 millones... de euros: 6,6 billones de pesetas, 121 veces aquel.
Pujol puso en marcha la Administración de la Generalitat, subrayó lo comarcal, lo equilibró con europeísmo. Fue la épica. Pasqual Maragall le añadió lírica federal. Este y Montilla han escrito la prosa: énfasis en el gasto social, en los barrios de la Nación urbana, en las olvidadas infraestructuras (metro, depuradoras), a veces con exceso (aeropuerto de Lleida, canal Segarra-Garrigues).
Interesa a los ciudadanos un gran pacto para acabar la crisis. Los programas de los dos grandes se complementan
Para hacer todo eso, se sirvieron de una política presupuestaria expansiva, gracias al aumento de ingresos al compás de las vacas gordas, y del endeudamiento. La política fiscal fue de socialdemocracia light. Cuando llegó la crisis se hizo lo inevitable, subir algo algún impuesto (IRPF), y se bajó pero no suprimió algún otro más discutido (sucesiones). La CiU de Artur Mas adopta, en contra, un perfume más liberal que el semidemocristiano de su padrino. Angela Merkel y sus aliados lo pretendieron y la realidad les ha hecho recular.
La nueva financiación del nuevo Estatuto ha cubierto al céntimo (1.990 millones) el revés en los ingresos (1.870 millones); pero, claro, no ha permitido mejorar el saldo. En compañía del ejercicio de corresponsabilidad (céntimo sanitario en la gasolina; aumento del tramo autonómico de la renta). Al cabo, el déficit es ortodoxo: el 2,4% en vez del 3,25% esperado, al menos según cifras oficiales.
Y ha funcionado -es mejorable- el cobro en especies de la adicional tercera del Estatuto, la obligación de que el porcentaje inversor del Estado equivalga al peso de la economía catalana en la española. Claro que esa cláusula caduca en 2013. Habrá que adaptarla en dos años. Habrá que acomodar el sistema de financiación estatutario, propone el PSC.
CiU postula volverlo del revés -pese a que sea funcional y acabe de inaugurarse- y copiar el concierto vasco, que significa recaudar desde la autonomía todos los impuestos y pagar luego un cupo al Estado por parte de las cargas generales (defensa, diplomacia...).
El concierto es teóricamente más radical porque cambia de manos la llave de la recaudación. Suscitaría más recelo en España. Y pues, lograrlo requeriría más fuerza y más unidad desde Cataluña que la fraguada para el Estatuto. Además, al cabo, ¡ay!, luego habría que negociar también el cupo.
Es un golpe de efecto ambiguo que por varita mágica desdeña lo logrado y nos llevaría sin concreción al siguiente paso, la independencia. A favor, Francesc Homs (Dret a decidir: estació concert, Editorial Base). Una crítica sólida en Guillem López Casasnovas (Concert desafinat, Avui, 11 de octubre)
Toda esta economía pública debe servir a la economía real. La crisis -y su gran lacra, el paro- machacó al actual Gobierno. Si dura, amenaza, junto con el desencuentro constitucional, con erosionar también al próximo. Por eso harían bien los grandes partidos (al menos) en pergeñar un entendimiento básico, un pacto de legislatura, una gran coalición, una concentración... en todo caso, una Concertación de alcance, aquí y no solo aquí, para vencer la crisis, y hasta el preciso instante en que se deje atrás. Y para recuperar los terrenos en los que se ha perdido peso relativo. En el sector servicios, aunque no en el industrial, respecto a Madrid; en subsectores de valor tecnológico añadido como el coche eléctrico, con relación al País Vasco.
A los partidos les desagrada. A CiU, por sus intereses españoles, pues sin pactar ahora dispondría de un año y medio para elegir su aliado futuro entre el PP y el PSOE. Al PSC porque le difuminaría su perfil de izquierda responsable (y en su caso, de alternativa). Pero es lo que convence a la ciudadanía.
Y no es imposible. La lectura de ambos programas económicos (y de otros) sugiere que son más complementarios que refractarios, aunque con alguna gran excepción, los impuestos. Uno es más business oriented; el otro, más social. La política es el arte de hacer posible lo necesario. Pero es poco probable. Y descartable si la distancia entre las dos grandes fuerzas resulta sideral.
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