Los últimos cien palacios
Erosión, herencias repartidas y falta de artesanos amenazan las principales mansiones nobiliarias y burguesas conservadas desde el siglo XV
La condición de Madrid como villa, corte y capital imperial durante cuatro siglos ha sembrado el casco urbano y el territorio regional de un elevado número de palacios. Aristócratas, burgueses e instituciones estatales o religiosas sucumbieron a la atracción centrípeta que la Corte ejercía. Por ello, anclaron suntuosas residencias, magnificentes mansiones y confortables quintas de recreo lo más cerca posible del supremo centro de decisión: la Corona.
Los palacios madrileños llegaron a frisar el número de 400, si bien de aquella cifra permanecen hoy en pie y uso apenas dos centenares. De tal número, 110 han sido estudiados, informados y gráficamente documentados en un bello libro de 700 páginas presentado ayer en la Academia de Bellas Artes, coordinado por el arquitecto Miguel Lasso de la Vega y editado por el Gobierno regional con financiación de la Fundación Caja Madrid.
Un libro describe 110 mansiones dispersas por la ciudad y la región
Junto con un equipo en el que se integran Alberto Sanz y Pilar Rivas, Lasso de la Vega ha invertido cuatro años en culminar una laboriosa tarea: la de recorrer sobre la topografía madrileña la secuencia histórica y social de un proceso constructivo que comienza en el siglo XV, en las vísperas de la capitalidad madrileña en 1561, y que concluye a comienzos del siglo XX. En tan dilatado periodo, la cualidad palacial de Madrid ha ido expresando los profundos cambios sociales operados dentro de la clase dominante, la misma que decidió edificar y ornamentar sus palacios y jardines como emulación de lo observado en la conducta de los reyes, principales acopiadores del arte suntuario.
La geografía madrileña muestra, en sus planos, curiosas agregaciones palaciegas en torno al Alcázar de los Austrias, devastado por las llamas en un pavoroso incendio que duró una semana en 1734. Para hacerse una idea de sus riquezas conviene saber que decenas de recuas de mulas estuvieron acarreando durante varias jornadas los ajuares regios, incluidos algunos de los mejores lienzos de Velázquez, como ha relatado el duque de Maura.
Sobre el lar del arrasado bastión, Felipe V, el primer Borbón, mandó edificar a Juvarra y Sachetti el actual palacio Real, florón de las construcciones regias europeas, que mira retador a Poniente y corona la cornisa geoló-gica erguida sobre el río. Un rosario de palacios diseminados por el cogollo histórico de Madrid en el siglo XVIII -cuenta el libro de Lasso de la Vega- cristalizó una centuria después en una secuencia de palacetes sobre el Ensanche de la Castellana. La posterior especulación del suelo acabó con aquella excelencia. De ellos solo pervive un puñado entre torres o rascacielos.
"Mantener un palacio es una tarea cara y ardua", dice el gestor de uno de ellos, enclavado en el paseo de La Habana. "La falta de artesanos que sepan restaurar sus ajuares es uno de sus talones de Aquiles", explica. Además, la usura del tiempo debilita sus fachadas, pero no les dañan menos los repartos de herencias, sobre todo en cuanto alude a las colecciones de pintura y escultura que los palacios de Madrid acostumbraban atesorar. "Raramente una colección perdura dos generaciones", explica el historiador Francisco Marín Pere-llón, colaborador en el libro. Solo logran mantenerlas integradas quienes erigen fundaciones, como la del palacio de Liria, o el del duque de San Carlos, en la cercana calle del Limón. Las joyas que guardan pueden abarcar desde lienzos de Velázquez, Van Dyck o Goya hasta farolas y mascarones de bajeles turcos capturados a los otomanos en la batalla de Lepanto. El libro de los Palacios de Madrid invita a reflexionar sobre la necesidad de preservar un legado como el que cobijan sus cien mejores mansiones.
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