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La justicia sale del coma

El Supremo anula las sentencias contra la familia de Antonio Meño, en estado vegetativo desde 1989, y abre la vía a una indemnización por negligencia médica

Pablo de Llano Neira

Después de 520 días acampando en una chabola en la plaza de Jacinto Benavente, ayer a las tres de la tarde, Juana Ortega recibió la mejor noticia de sus últimos 21 años de vida. Su abogado le comunicaba que el Tribunal Supremo había tumbado dos décadas de sentencias que le quitaban la razón en su cruzada personal, demostrar que su hijo, Antonio Meño, se quedó en coma en 1989 en un quirófano por una negligencia médica.

"No me lo creo". La mujer, de 65 años, estaba aturdida poco después de conocer el fallo. Su marido Antonio comía un cocido. "Ángel", le dijo a su primo, "¿cuánto vamos a tardar en desmontar esto?". A su lado, postrado en cama, sin signos de entender lo que ocurría a su alrededor, estaba su hijo en estado vegetativo, un hombre inerte de 42 años de edad, paralizado de cuerpo y mente desde aquella operación en la que se quiso retocar la nariz.

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La familia Meño contempla por primera vez la "justicia" que reclaman desde entonces. Hasta ahora habían chocado contra ella, sin poder vencer la versión de la clínica donde intervinieron a su hijo, que ha argumentado que el paciente devolvió y se ahogó en su propio vómito sin responsabilidad de los médicos. La Audiencia Provincia y el Tribunal Supremo aceptaron ese relato de los hechos. El Supremo incluso condenó a la familia en 2008 a pagar 400.000 euros por los gastos judiciales de los acusados. Pero ayer, después de oír la versión de un nuevo testigo el 3 de noviembre, que señala a una negligencia durante la anestesia, se envainó su sentencia en firme y puso el caso de vuelta en el punto cero.

Ahora el caso puede volver a los juzgados o terminar de una vez, si ambas partes llegan a un acuerdo de indemnización.La sorprendente aparición en el caso Meño de un nuevo testigo, el médico Ignacio Frade, ha sido la espoleta del vuelco judicial. El Tribunal Supremo juzga que su testimonio "pone de manifiesto una maquinación fraudulenta gestada fuera del proceso, entre los profesionales intervinientes en la rinoplastia [retoque de nariz], con el fin de impedir a los perjudicados aproximarse remotamente a la realidad de lo ocurrido".

El lenguaje es complicado, la idea es sencilla: la clínica privada Nuestra Señora de América y el anestesista de la operación, Francisco González Martín-Moré, que ahora trabaja en un hospital público de Madrid, taparon la existencia del doctor Frade, "generando una total oscuridad" en el proceso judicial, según el fallo del Supremo.

La trampa anula todas las sentencias de la interminable cadena de pleitos del caso Meño. Ahora caben dos opciones, que la familia presente una nueva denuncia y vuelva a los tribunales, o que haya una indemnización que lo zanje todo de una vez por todas. Los letrados de las partes afirmaron a este periódico que confían en llegar a un pacto.

"Si existe un poco de humanidad por la otra parte, llegaremos a un acuerdo extrajudicial", dijo ayer por la tarde el abogado de los Meño, Luis Bertelli.

En el primer juicio de este proceso, en un juzgado de lo penal, año 1993, ya se dictó una sentencia de indemnización por negligencia, un millón de euros, pero la clínica y el anestesista recurrieron y ganaron: primero en un juzgado de civil, luego en la Audiencia Provincial, por último en el Supremo.

Vencidos en los tribunales, con una condena a cuestas de 400.000 euros por los gastos de la parte contraria, Juana Ortega y Antonio Meño, de 65 y 66 años, dos fruteros jubilados de Móstoles, decidieron montarse un chamizo de tablas y lonas en la plaza de Jacinto Benavente, a un paso de la Puerta del Sol, para convertir su desgracia en un asunto público. Lo lograron, en buena parte gracias a la aparición del doctor Frade después de 21 años del hecho fatídico, algo completamente casual, según la familia y el médico.

Los Meño se agarraron al clavo ardiendo de Frade y pidieron una demanda de revisión al Supremo, que la aceptó, oyó la versión del médico el 3 de noviembre, en una vista oral que rompió el sobrio ambiente del Alto Tribunal con cámaras, periodistas, público y la presencia grave de Antonio Meño, paralizado en una camilla delante de tres magistrados, trasladado hasta la sala en furgoneta por sus padres.

De momento han logrado algo que parecía imposible ("un milagro", según su abogado, la obra de un "ángel", dice el padre de Meño refiriéndose a la intervención providencial del Frade), tumbar una sentencia en firme del Supremo. Y lo primero que quieren hacer es irse de la chabola, volver a su casa. "El viernes como muy tarde", decía ayer por la noche Ángel, el primo de Antonio Meño padre.

Los padres del hombre en coma no estaban para pensar en el nuevo panorama judicial. "Haremos lo que nos aconseje el abogado", se limitaron a decir, con un estado de ánimo que juntaba el estupor, la alegría, el llanto y una extraña calma, la mezcla de 21 años de sufrimiento por su hijo con una cosa denominada sentencia 761/2010 que les ha dado lo que han estado a punto de quitarles, la razón. "No sé cómo no me he vuelto loca", solía decir Juana en su chabola. La familia se fue juntando poco a poco ayer por la tarde en la caseta. La hermana mayor de Juana, Pilar, que no asimilaba que ahora no tuviesen que pagar costas: "O sea, ¿que donde dije Digo digo Diego", decía. Juan Carlos, uno de los tres hermanos de Meño, que lloraba y reía pensando en cómo "balbuceaba" su padre cuando le contó por teléfono lo que había pasado. Y Ángel, el primo del padre de familia, que perseguía a Juana cuadrando las citas de hoy con los medios: "A las 11, Ana Rosa".

La familia de Meño ha perdido a un hijo; aunque creen que entiende "más de lo que parece", son conscientes de lo que significa un coma vigil. Pero han hecho lo único que podían hacer por él, batirse en los tribunales y en la calle para intentar llegar al tuétano de lo que le ocurrió. Quizás nunca lo sepan con certeza (vayan a juicio de nuevo o pacten una indemnización) pero desmontarán su chabola y volverán a su casa de Móstoles después de caer, levantarse y vencer ante los ojos vendados de la Justicia.

La madre de Antonio Meño, en coma desde hace 21 años, en la caseta en la que viven desde hace año y medio.
La madre de Antonio Meño, en coma desde hace 21 años, en la caseta en la que viven desde hace año y medio.SAMUEL SÁNCHEZ

21 años de pleitos

- El coma. Antonio Meño, estudiante de Derecho, se queda en coma con 21 años en una operación estética.

- El anestesista, culpable. Un juzgado condena en 1993 al anestesista de la intervención a pagar un millón de euros a la familia de Meño, argumentando que tuvo la culpa de que vomitase tras ser extubado.

- El anestesista, inocente. Un segundo juzgado, la Audiencia Provincial en 1998 y el Supremo en 2008 absuelven al anestesista. El Supremo obliga a la familia del hombre en coma a pagar 400.000 euros a los demandados por gastos judiciales.

- Una mentira y un hombre desahuciado. El Supremo estimó ayer una demanda de revisión de la familia, basada en un nuevo testimonio, y anuló las sentencias previas; la clínica y el anestesista ocultaron por interés a un testigo que vio cómo Meño quedó en coma.

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