Rita y Camps gafan a Ferrari
Déjense de historias del cambio de ruedas, o de si fue un error de estrategia lo que privó a Fernando Alonso del mundial de fórmula 1. Decían los clásicos que los dioses ciegan a quienes quieren perder. Está claro que el pasado y aciago domingo decidieron confundir al piloto asturiano, que ya daba por supuesta su coronación en el Olimpo del automovilismo. La culpa la tienen sus jefes, que el miércoles, a apenas cuatro días de la carrera, recibían en la sede de Ferrari a Rita Barberá y a Francisco Camps, quienes le trajeron el mal fario.
Rita y Camps viajaron a Maranello para negociar con Ferrari la instalación en Valencia de un parque temático de la escudería italiana, o, cuando menos, algún que otro evento sonado. Lo que demuestra que no tienen ni dolor de los pecados, ni arrepentimiento, ni mucho menos, propósito de la enmienda. Con la cantidad de grandes proyectos que esa pareja feliz, digna de una farsa de Berlanga, ha tirado por la borda. El mismo domingo en que se hundía Ferrari, María Fabra y Joaquín Ferrandis hacían un repaso en este periódico a los megaproyectos prometidos y que se han ido al garete: los rascacielos torcidos de Santiago Calatrava junto al Oceanográfico; el Mundo Ilusión de Carlos Fabra; la Torre de la Música con la SGAE y un socio americano; la Ciudad de las Lenguas de Castellón; otro centro de convenciones en Castellón proyectado por el pertinaz Calatrava; un museo valenciano del XIX que vendieron como si fuera el Orsay de París; o el edificio que para la Valencia International University (VIU) debía de construir el mismísimo Frank Ghery, autor del Guggenheim de Bilbao. Un listado de promesas incumplidas no exhaustivo, pues se olvidaron del cacareado Balcón al Mar que Barberá, después de expropiar y arrasar las casas de las Arenas con la excusa de hacer unas piscinas inexistentes, ha convertido en un aparcamiento. Por no hablar del llamado Delta Verde en el que debía desembocar el Jardín del Turia y que, después de no sé cuántos concursos internacionales, se ha quedado en agua de borrajas. Da la impresión de que los organizadores de una visita papal que pasará a la historia por la multiplicación de los váteres y las comisiones, no tengan bastante con la ruina de Terra Mítica y los sobrecostes de la Ciudad de las Ciencias y necesiten otro fiasco mayúsculo vestido de rojo. El viernes la alcaldesa aún se permitió alguna broma en italiano, ataviada con el rojo Ferrari. Pero atención, porque el rojo del ahora humillado cavallino rampante es también el color del Santander, patrocinador del equipo y de tantas cosas.
De momento la pareja feliz ha montado otro sarao en Cheste para dentro de dos fines de semana, cuando por segundo año consecutivo tenga lugar allí la fiesta con la que Ferrari celebra el final de la temporada. Ahora no se sabe muy bien qué van a celebrar, pero sería raro que Botín apareciera por Cheste. Es lo que tiene concebir la política como circo.
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