¿España católica?
La Guerra Civil y la posterior dictadura, a través de sus aparatos y de una jerarquía eclesiástica incrustada en el poder, homogeneizaron de forma casi absoluta la población española desde el punto de vista religioso.
Pero a finales de la década de los sesenta del siglo pasado, el desarrollo económico, el consumo de masas y la elevación del nivel de vida comenzaron a generalizarse en la sociedad española. De manera progresiva, las personas se iban interesando por cuestiones cercanas al bienestar material y la buena vida. Y su interés por la religión y por la Iglesia comenzaba a decaer. España estaba dejando paulatinamente de ser un país de religión católica, regida esta por una Iglesia, y se iba convirtiendo en un país de cultura católica, imposible ser regida por una institución. Los españoles abandonaban la práctica, la unicidad del credo se resquebrajaba (en algunas cosas, se seguía creyendo, en otras no) y el magisterio de la Iglesia dejaba de controlar el comportamiento de las personas en el campo sexual, en el profesional, en el político...
¿Qué está pasando en nuestros días? Junto a ese proceso, que sigue funcionando en las generaciones mayores, de pérdida de interés, está brotando otro proceso llevado a cabo por las nuevas. Muchos jóvenes han sido socializados en medios en los que reina el desinterés por la religión y por la Iglesia. En una parte muy importante (la mitad del total español, dos terceras partes en las comunidades autónomas más desarrolladas) se definen como indiferentes, agnósticos o ateos, sin relación alguna con la religión y la Iglesia católicas; y lo son de forma no agresiva. Y solo un 10% del total lo hace como católico practicante (datos de la Fundación Santamaría de 2005 sobre jóvenes entre 15 y 24 años). Aumenta la convivencia sexual sin matrimonio, aumenta el porcentaje de hijos tenidos fuera del matrimonio, el número de matrimonios civiles supera en 2009 al de religiosos. Cabe añadir que en todas estas nuevas formas de conducta, las mujeres, que en la tradicional sociedad religiosa eran más religiosas que los hombres, cada vez son menos diferentes de ellos. Y también que el sentido ético de solidaridad de estas generaciones ha ido creciendo, pero en una dimensión más cívica y social.
Una institución marcadamente sexista, de cultura antidemocrática, que predica la no utilización de preservativos en un continente diezmado por el sida, con conductas violentas en su interior basadas en una situación de autoridad y ocultadas sistemáticamente por la jerarquía, ¿cómo puede tener éxito en una juventud como la nuestra?
Alfonso Pérez-Agote es catedrático de Sociología de la Universidad Complutense.
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