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ELECCIONES CATALANAS | Faltan 15 días

Nuevo ciclo en la inmigración

La presión demográfica cae, pero la crisis plantea nuevos retos a la integración

Jesús García Bueno

Ni una balsa de aceite donde nada ocurre ni un mar en permanente estado de agitación. Ni un fracaso anunciado ni un rotundo éxito. La integración de los inmigrantes encuentra obstáculos en su camino, pero avanza. Las palabras de la canciller Ángela Merkel, que da por fracasada la "multiculturalidad" en Alemania, no sirven para medir el estado de la cuestión en Cataluña, que apuesta por un modelo basado en la cohesión social y la igualdad de oportunidades.

Las piedras en el camino, lamentan las asociaciones de inmigrantes, las ponen a menudo los partidos políticos, a los que piden más responsabilidad para gestionar un fenómeno complejo. La legislatura que ahora se acaba ha estado marcada por episodios que han reforzado esa percepción, como los problemas de convivencia en Salt -donde se trazó una vez más el nexo entre inmigración y delincuencia- o la criminalización del colectivo de gitanos rumanos por parte del PP en Badalona.

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La inmigración, coinciden los expertos, acarrea dificultades. La coexistencia de culturas y modos de vida dispares puede provocar colisiones. El problema surge cuando los políticos utilizan esas diferencias para obtener supuestos réditos electorales. "Nos preocupa que, en campaña, los políticos sean irresponsables una vez más y distorsionen lo que pasa con la inmigración. No podemos decir que hemos ganado la partida, pero hay avances", opina la portavoz de AMIC-UGT, Janette Vallejo.

El Pacto por la Inmigración, firmado hace casi dos años por los tres partidos en el Gobierno (PSC, Esquerra e Iniciativa) y por CiU, asume que el grueso de los inmigrantes que viven en Cataluña se quedará en ella, o sea que lo sensato es apostar por su integración. Esa es una de las diferencias, precisamente, con el modelo alemán, que trató el fenómeno como algo pasajero. El pacto, cuyo objetivo último es asegurar que Cataluña "siga siendo un solo pueblo", según dijo el presidente José Montilla de forma solemne, se suma a la corriente dominante en Europa, la que promueve la interculturalidad. En esencia, se trata de que hay un espacio de relaciones compartidas (respeto a la ley, igualdad entre sexos, uso de la lengua catalana) y otro espacio de respeto a la diversidad (religiosa, entre otras).

El modelo arraiga en pleno cambio de tercio de la inmigración, cuando la realidad demográfica se transforma por completo. Si el último Gobierno de Jordi Pujol asistió a la llegada masiva de extracomunitarios, el segundo tripartito ha visto como, por primera vez en 10 años, se contiene el número de empadronados, que ahora suman 1,2 millones. Algo similar ocurre con los extranjeros en situación irregular, que en esta legislatura han pasado de ser el 17% a solo el 6,4%.

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Desde 2008, la crisis contiene la presión migratoria, pero genera efectos indeseados. El paro se ceba en este segmento de población, que a menudo trabaja en empleos no cualificados. Tan grave como eso es que los recortes de la Administración generan una competencia feroz por los recursos (sanidad, educación) que puede convertirse en un caldo de cultivo para que broten la xenofobia y los problemas de convivencia. "Es una competencia entre pobres", resume el secretario de Inmigración, Oriol Amorós.

Los recursos para abortar a tiempo los conflictos son insuficientes. Y más en un contexto de crisis. En algunas comunidades de vecinos de El Vendrell, por citar un ejemplo, extranjeros en paro dejaron de pagar el recibo del agua, con la consecuencia de que el resto de los vecinos se quedaron sin suministro, lo que provocó quejas y protestas genéricas contra la inmigración. "En convivencia no estamos peor que hace cuatro años, pero hay que dialogar", añade Vallejo.

A corto plazo, razonan los expertos, hay que invertir en la formación de los inmigrantes para que accedan al mercado de trabajo. De lo contrario, los problemas en los barrios se agravarán. La integración pasa, además, por garantizar la igualdad de oportunidades para las segundas (y terceras) generaciones, que han de poder acceder a los estudios universitarios. Y deben percibir, además, que pueden desarrollar sus vidas con éxito en Cataluña. "Hay que asegurar la movilidad social de los hijos de la inmigración. Si se consigue, se apuntarán al carro de la integración. Aunque no podemos pedir que renuncien a su identidad", indica Amorós. A su juicio, el modelo francés (de mera asimilación) tampoco es bueno para Cataluña porque "no reconoce al otro".

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Sobre la firma

Jesús García Bueno
Periodista especializado en información judicial. Ha desarrollado su carrera en la redacción de Barcelona, donde ha cubierto escándalos de corrupción y el procés. Licenciado por la UAB, ha sido profesor universitario. Ha colaborado en el programa 'Salvados' y como investigador en el documental '800 metros' de Netflix, sobre los atentados del 17-A.

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