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Columna
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Más allá del ladrillo

La crisis económica nos machaca la autoestima. Esas cifras terribles del paro, las nimias expectativas de crecimiento económico, el peso insufrible de la deuda y la dictadura de los mercados llevan camino de acomplejarnos hasta el abatimiento. Un fenómeno al que contribuyen generosamente quienes, en el afán de tumbar al Gobierno, no dudan en flagelar al conjunto de nuestra economía magnificando los datos negativos y desdeñando los positivos por escasos que sean. En verdad algunos parecen disfrutar con el drama. En esa línea de patear a Zapatero en el culo de todos apenas encuentra relevancia el buen comportamiento de nuestro sector turístico en plena adversidad, ni la pujanza del textil en el exterior o la fortaleza exhibida por los bancos españoles en las peores circunstancias imaginables. Pero si hay un sector donde esa tendencia autodestructiva consigue que sus logros pasen prácticamente inadvertidos es el de las grandes constructoras que operan en el extranjero.

Los avances en obra pública han fortalecido nuestras empresas de ingeniería civil

Si es justo atribuir a la desorbitada deriva especulativa de la construcción su responsabilidad en esa burbuja inmobiliaria, cuyo pinchazo agrava nuestra debilidad económica, habrá que reconocer también el mérito de quienes fueron más allá del ladrillo.

Los avances en obra pública, además de operar una espectacular transformación de las infraestructuras en España situándolas al nivel de los países más avanzados de Europa, ha fortalecido nuestras empresas de ingeniería civil hasta convertirlas en las más competitivas del mundo. Es la puesta en valor de la experiencia acumulada en obras cicló-peas como los grandes viaductos erigidos en las autovías, los trazados de alta velocidad ferroviaria o la excavación de túneles. En este último aspecto el mejor ejemplo lo tenemos en Madrid. Aquí se apostó hace 15 años por la utilización de la más alta tecnología acometiendo una formidable extensión de la red de Metro en un tiempo récord.

La práctica en la utilización de grandes tuneladoras permitió abordar con éxito proyectos como la perforación del macizo montañoso del Guadarrama que abrió un subterráneo de 28 kilómetros para el AVE a Valladolid. Obras de una envergadura y complejidad superlativa al igual que la que dibujó en el subsuelo la nueva conexión de Cercanías Atocha-Chamartín a través de la Puerta del Sol o la que ahora mismo avanza bajo la calle Serrano enlazando esos dos mismos puntos para los trenes de alta velocidad.

Otro tanto puede decirse de la gigantesca operación de cirugía urbana que supuso el soterramiento del arco sur de la M-30. Una obra polémica por su tremendo coste económico, pero cuya ejecución, cambiando el curso del río Manzanares y en medio de la vorágine circulatoria de cientos de miles de coches, puso de relieve que nada era imposible para nuestra ingeniería. Estas y otras obras, que han sido visitadas por delegaciones de todo el mundo, son la mejor carta de presentación de las empresas que compiten por la adjudicación de los grandes proyectos internacionales. Así se explica que las seis grandes constructoras españolas (ACS, Acciona, Ferrovial, FCC, Sacyr y OHL) consiguieran el pasado año obras y servicios en el extranjero por un importe de 25.000 millones de euros. Y solo así se entiende que un consorcio liderado por Sacyr Vallehermoso sea el encargado de acometer la reforma del Canal de Panamá. Allí donde, en apenas tres años, moverán 40 millones de metros cúbicos de tierra, un 70% de lo que movieron franceses y americanos en la obra primigenia.

Proyectos como estos o como la construcción del grandioso puente de Mesina, señalan al sector como el más exitoso en el necesario proceso de internacionalización de nuestras empresas. Un sector que ha de afrontar ahora los recortes de inversión pública en el mercado interior. Ni la experiencia, ni el talento son un bien escaso en nuestro tejido productivo. Tal vez, un poco de confianza no vendría mal.

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