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Reportaje:

Todo por los inquilinos

Una asociación solidaria que ampara a personas con problemas de alquiler ve peligrar su futuro por falta de recursos

Pablo de Llano Neira

En un viejo piso del barrio de Salamanca perdura la ilustre Cámara Oficial de Vecinos e Inquilinos de Madrid. Ilustre por el título de dignidad que lleva su nombre -Oficial, concedido por el rey Alfonso XIII en 1923 por cómo socorrían a inquilinos en apuros en sus cuatro primeros años de historia-, no por conocida ni por bien relacionada, pues pocos más que sus cerca de 2.500 socios saben de ella y no hay, según cuenta su presidenta, organismo público que haga caso a sus llamadas de auxilio.

Cobrando solo 82 euros al año por resolver los líos de alquiler de sus clientes, muchos de la tercera edad, juicios incluidos, la ilustre Cámara Oficial de Vecinos e Inquilinos se desconcha poco a poco como las paredes de su piso.

Los 82 euros al año que cobran dan para poco, pero no piensan aumentarlos
"Abusan de la gente mayor de forma ilegal e inmoral", dice la presidenta

Ocupa el despacho principal la letrada Isabel Torralba, su presidenta, que lleva 37 años trabajando en la Cámara y es hija de un antiguo abogado de la asociación. Atiende detrás de un escritorio de madera antiguo, con el único "privilegio", dice, de toda la sede: un aparato arqueológico de aire acondicionado que suele tener apagado porque hace un ruido "horroroso".

Torralba sueña con que la Cámara sea algún día una ONG subvencionada. Ha pedido auxilio al Ministerio de Vivienda, a la Comunidad de Madrid y al Ayuntamiento. Ninguno le ha dado solución.

La presidenta, como los otros tres abogados de la asociación -especialistas en arrendamientos urbanos-, trabaja en otro bufete en el que saca tiempo para los asuntos de la asociación, que además absorbe su tiempo libre. A las ocho de la mañana empieza su jornada laboral y a las ocho de la tarde, en lugar de irse a casa, prolonga el día dos horas para atender las consultas de la Cámara, un sobreesfuerzo del que saca un plus mensual de "mileurista".

La tarifa que cobran da para poco, pero no se les pasa por la cabeza aumentarla. "Si la subieses 50 céntimos, se daría de baja mucha gente", explica Torralba. Asegura que continúan por solidaridad, aunque esa cualidad, buena para la satisfacción personal, no haga desaparecer las facturas de luz, calefacción, comunidad y demás gastos de la asociación. La ilustre Cámara Oficial de Vecinos e Inquilinos, con sus 91 años de socorro a sus espaldas, ha tenido que vender la otra sede que tenía, casi sin sacar rédito: "La mayor parte del dinero se lo quedó el banco". Habían hipotecado el piso para poder seguir pagando el mantenimiento del que aún conservan. La solución sería que se apuntaran más socios.

Un vistazo a esta casa da fe de que tienen pocos recursos. Los marcos de madera de las ventanas están roídos por el paso del tiempo. El suelo lleva años sin barniz. Los muebles son "decimonónicos", según la presidenta, y el archivo es una habitación que fue un despacho cuando las cosas iban mejor (en el pasado la Cámara tuvo ocho abogados). Ahora está llena de carpetas con papeles de pleitos pasados: "Esos casos son del año del hambre, literalmente", dice Torralba.

Sentadas en el pasillo del gabinete solidario, algunas clientas esperan su cita. "Lo que cobran no es nada; vamos, nada de nada", afirma Pilar, de 86 años. Vive de alquiler en Argüelles desde 1940. Su edificio es propiedad de una inmobiliaria que no se esmera en cuidarlo: "Casi no cae agua de la ducha. El inodoro está roto. La cisterna no tiene fuerza. Llamo todos los días por teléfono y nunca me hacen caso", cuenta la anciana.

En otra silla, enfrente de Pilar, carga su cruz Antonia Pastor, de 65 años, inquilina de un piso en la calle del General Díaz Porlier desde hace cuatro décadas, igualmente afectada por la desatención del propietario, según explica: "Mi edificio está muy deteriorado. Lo que quiere el propietario es que la casa se venga abajo para vender el terreno".

En 2009, la Cámara llevó entre 400 y 500 pleitos, más o menos: "No tenemos dinero para pagar a alguien que nos haga las estadísticas", se excusa Torralba. Llevan una tipología de casos variada. Subidas de alquiler irregulares, desahucios, expedientes de ruina, etcétera.

La gente mayor es una pieza deliciosa para los propietarios sin decoro. "Abusan de ellos de forma ilegal e inmoral. Algunos viven aterrorizados por el mobbing inmobiliario", critica la presidenta. La edad, sin embargo, no es el único achaque frente a la avaricia. "Hay mujeres solteras, separadas o viudas con poca cultura, mujeres adultas que no han entrado en el siglo XXI y aún se asustan por estar solas. También jóvenes, universitarios o en paro, que no tienen preparación para enfrentarse a esto".

En ocasiones ha visto cómo alguno de sus clientes se quedaba en la calle, sin nada. "Te sientes muy mal, pero no puedes hacer nada", lamenta Torralba. "En el mundo de los alquileres existen David y Goliat, los inquilinos y los propietarios".

La jefa de la Cámara está segura de cuál es el eslabón débil de la cadena. Después de tantos años en primera línea del frente sigue sin aceptar el orden inmobiliario, donde unos se quedan sin techo mientras otros dejan vacíos, sin alquilar, sus valiosos pisos. "Aquí al lado, en la calle de Narváez, hay una casa de unos 20 apartamentos donde solo hay cuatro o cinco ocupados. El agua se cuela por la terraza y llega al primer piso, y el propietario de toda la finca, encima, nos viene con reclamaciones de unos euros por un alquiler", ejemplifica Torralba.

La ilustre Cámara Oficial de Vecinos e Inquilinos de Madrid tiene un nombre de abolengo y un piso añoso. Pero su espíritu es joven, reivindicativo: "Entendemos a los okupas", dice su presidenta, "pero ni ellos querrían coger los pisos como los tiene esta gente".

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