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LA COLUMNA
Columna
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Enredar

Josep Ramoneda

¿Volverá el PP a las andadas? ¿Volverá Mariano Rajoy a utilizar la política antiterrorista para desgastar al Gobierno como hizo la pasada legislatura durante la tregua? La coincidencia en el tiempo del ascenso de Pérez Rubalcaba al rango de primer ministro y de las nuevas señales emitidas por Batasuna y por ETA, que han abierto algunas expectativas sobre el fin de la violencia, ha provocado la formación de algunas nubes sobre la reconstruida unidad en torno a la política antiterrorista. El PP ha decidido salir en tromba contra el nuevo hombre fuerte del Gobierno, confirmando que el ascenso del ministro del Interior no ha hecho ninguna gracia a sus dirigentes. Tanto es así que han dado un giro a su estrategia electoral: si hace 15 días el criterio del PP era perfil bajo, moderación y dejar que la crisis consuma a Zapatero, el protagonismo de Rubalcaba les ha hecho resucitar el arsenal de la crispación: del GAL al caso Faisán, pasando por el 11-M.

Al cargarse el proceso de paz, en un momento en que la sociedad ya había empezado a hacerse la idea de vivir sin ETA, la organización terrorista perdió lo único que le quedaba: la legitimidad ante los suyos, ante la izquierda abertzale y sus satélites. Los hechos han demostrado también que la teoría de que la tregua había permitido a ETA reorganizarse, ante la actitud pasiva del Ministerio del Interior, era falsa. Desde entonces, los etarras han caído en cadena. Resumen: ETA salió profundamente debilitada de la tregua y ha sido incapaz de recuperarse. Con lo cual, la gestión de la tregua por parte del Gobierno, pese a no haber contado con la complicidad del PP, fue globalmente positiva, a pesar de algún error grave por exceso de confianza.

¿Qué hay en el escenario? Señales de agotamiento de una ETA acorralada no solo en lo policial, sino también en lo político y lo social. Un anuncio de cese de actividades violentas no defensivas por parte de ETA, después de una tregua que demostró que el que la rompe lo paga muy caro. Un alejamiento de la organización de una parte cada vez más importante del colectivo de presos. Y una izquierda abertzale que todavía no ha vencido el miedo, el respeto o el síndrome de dependencia de ETA, pero que da señales más claras que nunca de asumir que los terroristas ya no llevan a ninguna parte.

Al mismo tiempo, la posición del Gobierno es inequívoca. Rubalcaba la ha formulado esta misma semana: "O ETA deja las armas o Batasuna abandona a ETA". La izquierda abertzale asume que no hay otra salida. Y tiene prisa para poder presentarse a las elecciones. Por ello intenta tomar la iniciativa con contactos en diversos frentes: partidos, organizaciones civiles, foros internacionales. Y precisamente en este momento algunas voces del PP empiezan a sembrar dudas sobre la política del Gobierno. ¿Por qué?

Por supuesto, pesa sobre el PP la sospecha electoralista. El PP que se ve ya en La Moncloa podría temer que el fin de ETA fuera el salvavidas de Zapatero. Además de ser una actitud siniestra, es infundada: primero, porque psicológicamente el fin de ETA está ya asumido por la sociedad y son dudosos los réditos electorales que pueda dar; segundo, porque lo más probable es que no haya punto final, sino una suerte de desaparición por inanición de los últimos reductos; y tercero, porque el PP lo pagaría caro si cundiera la idea de que enreda en interés propio. Ocurrió en la legislatura anterior.

Hay, sin embargo, un problema en los centros españoles de poder político pero también mediático y económico: demasiada gente piensa todavía que una ETA de baja intensidad y una izquierda abertzale con derechos limitados es mejor que el final de ETA, porque mientras ETA exista, el País Vasco será cautivo, no podrá moverse. Este argumento, que a veces se reviste con la idea de que es mejor que no haya final del terrorismo que un mal final, ha obstaculizado ya otras oportunidades. Después de tantos años, el antiterrorismo es un negocio político y económico, y hay gente que teme que esto acabe.

Después del fracaso de la última tregua, nadie discute que no puede haber negociación alguna mientras no se depongan las armas. Y que con ETA solo se puede hablar de armas y presos. Entregadas las armas, desaparecida ETA, será el tiempo de la política vasca, por fin libre. Y allí los vascos sabrán lo que les conviene. Sería ridículo querer pasar de una sociedad secuestrada por ETA a una sociedad tutelada por España.

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