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Columna
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Bodas de plata con traje de marrón

Rafael Blasco ha celebrado ya sus bodas de plata como conseller. Llegados a este punto cabe preguntarse cómo alguien a quien no se le conoce aportación destacable alguna a la teoría ni a la práctica de la política valenciana ha probado los sucesivos modelos de coche oficial desde hace casi 30 años. Probablemente estemos leyendo la respuesta por fascículos en los periódicos.

El mayor logro de este mercenario de la política ha sido saber mantener a flote su negocio, que no es otro que él mismo y "los suyos"; ya sea su familia personal o la política. Siempre la Familia. Él mismo -no se sabe si fruto de un lapsus o de un ataque de sinceridad- llegó a confesar, a modo de justificación, desde la sacrosanta tribuna de les Corts que algunos habían tenido que cambiar de bando para sobrevivir.

Seguidor de Marx (Groucho), Blasco ha hecho suya la frase del cómico "estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros". Por ello no le ha inquietado lo más mínimo manchar el buen nombre de las ONG, ni perjudicar la inestimable labor que realizan, ni, lo más grave, malgastar dinero público. Para alguien sin escrúpulos, los valores de una ONG son tan exóticos como para Hannibal Lecter los vegetales.

El sempiterno conseller encarna una manera bastarda de entender la política que fue defenestrada del PSOE y castigada en las urnas hace años, pero que encontró acomodo en el PP de la mano del tránsfuga por excelencia, Zaplana, y se ha extendido en su seno, abonado por el interés de los responsables del partido por sacar rédito electoral de ello. No nos engañemos, Camps y Blasco son de la misma especie, con independencia del pedigrí de cada uno.

Estos personajes como Blasco son vistos en el PP como un mal necesario. Nunca serán pata negra, tan solo mercenarios expertos en manipular la maquinaria democrática de todas las maneras imaginables: el control de los medios de comunicación, la financiación de los partidos políticos, laminando los efectivos de los adversarios políticos, etc. Son tratados como simples fontaneros encargados del trabajo sucio, con tan poca dignidad como para negar la evidencia, como esas folclóricas a las que cuando pillan en falta espetan al paparazzi un "pero qué invento es ese".

Lo que más llama la atención es cómo alguien con sus antecedentes y trayectoria se ha convertido para algunos en un triunfador que fascina. Aunque en el fondo no es de extrañar que en esta sociedad desgastada a base de Gobiernos del PP, en los que ha reinado la tolerancia a la corrupción y la impunidad de los corruptos, Rafael Blasco sea un ídolo para aquellos que aspiran, como él, a que otros acaben pagando tus cuentas.

Pero nada es eterno. Ni la impunidad, ni la suerte. Ni siquiera Al Capone se libró de la cárcel. Quizás esta vez Blasco desaparezca al fin del panorama político valenciano. Será una buena señal para la política y para esta Comunitat.

Clara Tirado es diputada del PSPV-PSOE en las Cortes Valencianas.

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