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Columna
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La tijera y la espada

Lluís Bassets

La gran tijera se abate también sobre los ejércitos. Nadie entendería que los mayores recortes del último medio siglo no alcanzaran al gasto militar. La poda del gasto público es la respuesta inmediata a las exigencias de los mercados, pero sus efectos se proyectan en el largo plazo. Esta crisis económica enorme que zarandea a Europa y América es un momento de adaptación convulsa a un mundo naciente, que no se resuelve apretándose el cinturón durante una temporada ni con pequeños retoques, sino transformando radicalmente sistemas sanitarios y educativos, empresas e instituciones, las Administraciones públicas y el entero Estado de bienestar europeo. Y de forma destacada esos artefactos de gran coste y creciente complejidad organizativa y tecnológica que son los ejércitos y los sistemas de defensa.

El recorte exigido por la crisis afecta a los gastos militares y estimula la cooperación europea

Puede discutirse la profundidad y oportunidad del recorte respecto a la recuperación del crecimiento y del empleo, cuestión que enfrenta a dos grandes escuelas, quienes creen como Barack Obama que hay que seguir estimulando las economías mediante inversión pública, y quienes como los europeos en general, pero especialmente el Gobierno alemán y el Banco Central, consideran que lo primero y esencial es quitar toda la grasa que haga falta hasta recuperar la esbeltez para crecer. Distinta es la discusión desde el punto de vista del recorte estratégico, que afecta a las estructuras y al largo plazo. ¿Hasta dónde cabe recortar el sistema de ayudas sociales sin lesionar a los más desfavorecidos ni afectar a la igualdad y la solidaridad? ¿Hasta dónde se puede limitar el gasto militar sin afectar a la seguridad?

Antes de responder a estas preguntas hay todavía un trecho previo a recorrer. Hay tareas pendientes que no se abordaron a tiempo y que se deberán acometer ahora dolorosamente y sin rechistar. Vale para el sistema de pensiones, cuyo futuro había sido detectado por los demógrafos desde hace decenios, pero también para los ejércitos europeos y la defensa conjunta de Europa. Durante demasiado tiempo se han mantenido sistemas de defensa obsoletos, pensados para invasiones terrestres que ya no se van a producir o disuadir a un enemigo simétrico que no existe. Han cambiado los peligros, y por tanto las prioridades, y lo mismo ha sucedido con la dimensión de las amenazas. Hay que recortar para dar una señal clara a los mercados, pero también porque no se puede soportar el gasto militar de 27 países, cada uno por su cuenta, según unos esquemas irracionales y obsoletos.

La OTAN está discutiendo su nuevo concepto estratégico, que debe proporcionar parte de este marco conceptual sobre nuevos peligros y amenazas. Y a la vez está aplicándose el cuento: también correrá la tijera, que hará disminuir las estructuras, agencias y comités de la Alianza. El escudo antimisiles que se quiere aprobar en la próxima cumbre de Lisboa, a pesar de su coste de 200 millones de euros, podría ser un buen instrumento para el ahorro si significara el desmantelamiento de las armas nucleares tácticas desplegadas todavía en Europa. Lo piden varios socios, pero Francia se opone porque el desarme nuclear en Europa pone en cuestión su pequeño arsenal y con él su idea de una soberanía nacional a la que no quiere renunciar ni quiere compartir.

La reducción de los arsenales, iniciada suavemente por Obama con la revisión del tratado de reducción de misiles estratégicos (START) con Rusia, sería el mejor de los recortes. Pero se entienden las resistencias en el mismo momento en que los países emergentes empiezan una lenta, pero bien clara, escalada en su gasto militar. Los europeos solo podemos recortar de verdad si nos dotamos de una buena defensa común y garantizamos junto a Estados Unidos que ninguna potencia emergente o algún Estado gamberro podrá amenazarnos en el futuro. Una buena relación con Rusia, fundamento de cualquier política de desarme en el continente, sería también un buen camino para el ahorro. Pero la vía más práctica e inmediata es la cooperación y coordinación europeas. Bastaría con que Francia, Reino Unido y Alemania pusieran sus ejércitos, sus industrias militares y sus recursos en común para que la defensa europea empezara a existir. Un paso así incrementaría la seguridad de todos, daría un gran protagonismo a Europa en la seguridad global y, en asociación con Estados Unidos, sería un estabilizador mundial formidable. Estamos muy lejos políticamente, pero el recorte que exigen nuestras economías convierten este objetivo utópico en una necesidad perentoria.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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