"Hay que devolver el megáfono a los no radicales"
Si algún día alguien escribe la biografía de Farah Pandith, seguramente empezará con la siguiente escena: 11 de septiembre de 2001. Mientras el mundo contiene el aliento ante el desmoronamiento de las Torres Gemelas, en Boston la vicepresidenta de una importante consultoría pega la nariz a la ventana de su oficina, en la planta 41ª de un rascacielos. La ejecutiva, originaria de Cachemira (India) y musulmana, mira en dirección al aeropuerto de Logan, desde el que despegaron varios de los aviones que se usaron en el ataque, y murmura para sí misma: "Por favor, que no sea culpa de musulmanes, por favor...".
"Ese día me prometí encontrar la forma de servir a mi país", dice. Dos años más tarde, empezaba su fulgurante andadura en la esfera política. En septiembre del año pasado llegó la guinda: Hillary Clinton le pidió que estrenara el cargo de Representante Especial de Estados Unidos para Comunidades Musulmanas. Un puente estratégico con millones de musulmanes. "Mi cargo es un cargo histórico", dice. "Pero no gracias a mí, sino a la visión del presidente Obama, que es histórica".
La representante de EE UU para los islámicos admite: "Mi cargo es histórico"
Pandith, de 42 años, collar y pendientes de perlas, peinada como recién salida de la peluquería, cuenta estas cosas desde una mesa para dos del restaurante El séptimo. "Qué funky", exclama tras echar un vistazo al local. Tiene frío, así que no se quita el abrigo y elige de primero una sopa caliente de boniato y zanahoria que se termina con ganas. De segundo, elige una quiche de brócoli y brie.
Soltera y vegetariana, sus padres, médicos, decidieron emigrar a EE UU cuando ella tenía un año. En su currículo se ve a una mujer de éxito educada en las mejores escuelas. En su actitud, a una persona exigente y rígida. Te coge el brazo y enseguida te llama por tu nombre, pero no permite que un poco de complicidad la aleje de su discurso.
Desde que asumió el cargo, Pandith ha visitado 30 países y se ha reunido con miles de personas. ¿Objetivo? "Devolver el megáfono a los millones de musulmanes que no son radicales, permitir que sean ellos quienes definan su identidad y no una diminuta porción de fundamentalistas. Mi papel es facilitar ese cambio. En el mundo hay 1.600 millones de musulmanes, un cuarto de la población mundial. La mayoría son menores de 30 años. Ellos son la generación del cambio y pueden hacer mucho por el bien común. Queremos escucharles, y eso es lo que llevo haciendo el último año".
Pandith no se ha estrenado en un año fácil. Ahí queda el conflicto de la mezquita de Manhattan o la amenaza de la quema de Coranes. Pero de su boca no saldrá una crítica. Como no podía ser de otra forma, es experta en no meterse en jardines, en salirse por la tangente sin ruborizarse si su olfato le dice que el interlocutor la quiere llevar por donde ella no quiere. ¿Tiene a veces la impresión de que está teniendo que luchar contra problemas generados por la política de su propio país? "No hay que mirar por el espejo retrovisor, sino el futuro", responde a modo de tururú, tururú. ¿Su visión personal está más cerca a la de Obama que a la de otros presidentes? "Es el tercero con el que trabajo y siempre es un honor servir a mi país". Tralará tralará. "Cuando ganó, lloré durante su discurso", concede. Y es lo más parecido a una respuesta salida de las tripas que uno logra arrancarle.
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