'Cafelito Party'

Después de las primarias del PSOE, el ciclón Tomás Gómez con su historia de David contra Goliat y toda la vaina, Esperanza Aguirre comienza a posicionarse en campaña. Quiere seducirnos con novedades, audacias y discursos atractivos. Pero no sé por qué me da que una de dos: ha perdido gancho o se ha vuelto majara. A lo mejor no escucha o quiere pegársela solita. Los síntomas no acompañan la lucidez ni el sexto sentido que hasta ahora le han caracterizado. Sus asesores y palmeros deberían frenarla antes de que sea demasiado tarde.
Si algo ha puesto de manifiesto el pifostio de las primarias es que Gómez puede movilizar un poco en Madrid al desanimado electorado de izquierda. No hay cosa que funcione mejor entre los progres aguafiestas y decaídos que el miedo a los ultras. Y ella cada vez reivindica más posiciones retrógradas. Burda estrategia. Se le puede hundir el equipo. Pero muy segura tiene que estar de sí misma y sus posibilidades para armar las que ha armado esta semana.
Esperanza Aguirre y los suyos se desenvuelven de madre en el terreno que mejor dominan: la bronca
Primero fue la cosa del desfile. Ese descaro en delatarse como reventadora de actos, escama. Menos mal que allí andaba Revilla de España para contarlo todo. Cuando caían los insultos a Zapatero en mitad del desfile, Espe salió reclamando libertad de expresión en contra de quienes disparaban a la diana. Lo hizo cual cruzada de la cavernaria TDT que ha montado ella en las ondas madrileñas. Luego vino a desmentirlo y a condenar la trifulca. Muy propio. Puro cinismo. Pero para cuando lo hizo ya la habían desenmascarado.
Fue mediante un duelo apasionante entre dos líderes de la acera y las fiestas patronales. Revilla -"cuidao que yo lo cuento todo, eh"- y Aguirre. Dos exponentes del apego al pueblo, las cosas claras y el chocolate espeso. Expertos en colocarse de arietes en el arte de rascar votos y sacarlos de las piedras. Un choque de trenes en el que ella no ha salido bien parada. Ahora sabemos quién se está encargando de enredar el ambiente para enterrar en la calle el zapaterismo y sus posibles recambios. Tampoco resultaba difícil el acertijo. Ella y los suyos se desenvuelven de madre en el terreno que mejor dominan. La bronca y nada más que la bronca. Delante del Rey, el ejército, los homenajes a los muertos y Cristo que lo fundó. Todo vale aunque luego hagan el paripé de escandalizarse ante la galería.
Pero eso son pinceladas de escenografía, de rito. Lo peor no va por ahí. Lo peor es otra cosa. Que ahora le gusta el Tea Party. ¿Y eso qué supone? Echarse a temblar. Ya tenemos en España una líder capaz de aglutinar todas las tinieblas de este nuevo tiempo. Una madrina del lado oscuro. Alguien dispuesta a salvar la esencia del atraso y la marcha atrás en mitad del caos y la confusión.
Para darle un carácter más castizo, ella ha propuesto un nombre más acorde con las costumbres hispanas. Café party, dice. Pero queda mucho mejor Cafelito party. Así esconde con más dulzura su aspecto de lobo con piel de cordero. Podríamos convertirlo al completo en español. Pero es mejor dejar lo de party para al menos reconocer el efecto de su política educativa volcada en el bilingüismo. Hacia el bilingüismo por el camino de la destrucción de las escuelas públicas.
Cuando en Estados Unidos se fue todo al garete por efecto de la perniciosa política neocon del Gobierno de Bush, los adalides de ese fenómeno ultra y facha se replegaron en el Tea Party. Según Espe, es fantástico porque defiende menos impuestos, menos Gobierno y patriotismo a saco. También quiere quemar a los homosexuales, empalar comunistas, aniquilar musulmanes y destrozar los avances de la ciencia. Pero, pelillos a la mar, eso son tonterías. Con esos pasos al frente de la líder madrileña, en el PP, los actuales dirigentes del marianismo, deben estar muy contentos al observar cómo ella solita se pone la soga al cuello. Decadencia habemus.
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