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Columna
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¿Es posible defender al tripartito?

Josep Ramoneda

Desde que los gobernantes viven al ritmo que marcan los suspiros de los medios de comunicación, la política se ha vuelto tan volátil como irresponsable. Los tres partidos del Gobierno saliente, empujados por el vendaval de cambio de etapa que circula por los medios de comunicación, se han instalado en la negación del Gobierno tripartito del que forman parte. Incluso el presidente Montilla, que parece haberse dado cuenta de que un gobernante no puede aspirar a renovar su cargo si no defiende su gestión, se cuida mucho de atribuir cualquier posibilidad de vida futura al tripartito. Es la hora de la demolición y parece como si sus propios componentes estuvieran dispuestos a poner ellos mismos las cargas de dinamita para que salte por los aires. En realidad, durante estos siete años se han sucedido las explosiones provocadas por los propios socios de gobierno, lo que ha dado una sensación de desbarajuste que ahora están pagando.

El problema es que ni siquiera las cosas bien hechas tienen defensa, porque no hay un relato en el que insertarlas

El problema del tripartito es que ni siquiera las cosas bien hechas tienen defensa, porque no hay un relato en el que insertarlas. Y sin relato no hay argumento de convicción. Es innegable que después de estos siete años Cataluña ha avanzado mucho en la construcción nacional. Antes del tripartito no había otro horizonte que el estatutario, hoy ha adquirido carta de naturaleza el independentismo, que figura ya de un modo u otro en todos los análisis sobre Cataluña y, con él, la convicción de que el Estado autonómico es insuficiente. Un notable paso adelante que CiU puede acabar capitalizando más que el tripartito, porque no se sabe muy bien cómo se llegó hasta un lugar tan alejado del horizonte del PSC, el principal partido del Gobierno. No hubo un proyecto político compartido como consecuencia del cual se produjera este salto en la política catalana. Era la opción estratégica de Esquerra que ganó terreno sin que sea fácil saber qué es merito de cada cual, qué es consecuencia de la estupidez de la política española y qué es resultado de impulsos externos al Gobierno.

Esta incapacidad de un argumento político conjunto es lo que hace indefendible el tripartito. Y al no poder defender un proyecto que no existía, el listado de realizaciones no sirve de casi nada. Un Gobierno no es una empresa cuyo éxito se objetiva por su cuenta de resultados, la valoración de un Gobierno es la resultante de muchos factores: la autoridad adquirida sobre el país, la capacidad de arrastre del proyecto político, la mejora de la calidad democrática y el balance de las políticas concretas. El tripartito perdió pronto la autoridad y el máximo proyecto que tuvo fue todos contra el PP.

Ante esta situación, el balance del tripartito es una suma descarnada de realizaciones sin el aliento ideológico y político que le diera vida. El esfuerzo del presidente Montilla para explicar por todo el país lo mucho que se ha hecho, aunque sea cierto, es una semilla con pocas posibilidades de brotar. Nadie ha regado previamente el terreno ideológicamente que es el abono necesario para que el discurso de las realizaciones fragüe. Un balance político de números -las carreteras construidas, los hospitales abiertos, las escuelas creadas y un largo etcétera- está condenado a quedar a beneficio de inventario.

Ante la incapacidad de desarrollar una propuesta ideológica coherente -por la crisis de la izquierda europea, por la falta de interés en las ideas en un partido impregnado de pragmatismo de la peor especie, por las diferencias con sus socios- Montilla se presentó desde el primer momento como un hombre de gestión: hechos, no palabras. El problema es que los hechos sin palabras son inertes, no tienen vida. Y cuando llega la hora de la verdad y hay que dar a los ciudadanos palabras que indiquen unos objetivos, unas ideas, unas señales de futuro, sólo se tiene un insulso listado en la mano. Con hechos y sin política, solo hay una vía para agarrarse al poder: el clientelismo. Una vía muy arraigada en el Estado de las autonomías que tiene mucho de un sistema caciquil posmoderno. El tripartito ni siquiera ha sabido crear una red clientelar sólida, como la que tiene el PSOE en Andalucía o el PP en Valencia y tuvo CiU en Cataluña. La política no perdona: los hechos no bastan para ganar elecciones, hay que transmitir a los ciudadanos la sensación de que se sabe adónde se va y para qué.

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