Noviembre radical
Obama abandona la estrategia bipartidista ante la previsible victoria electoral republicana
Barack Obama ha llevado a cabo una profunda remodelación de su Gabinete con la vista puesta en las elecciones del próximo 2 de noviembre. Las encuestas vaticinan una severa derrota de los demócratas en el Congreso, lo que supondría un importante revés político para el presidente y, en términos más concretos e inmediatos, la paralización de las reformas legislativas pendientes. Entre las principales, las relativas a inmigración, energía, educación y cambio climático, que forman parte del paquete de iniciativas más ambiciosas con las que Obama deseaba caracterizar su presidencia.
Si los pronósticos se cumplen, los únicos objetivos alcanzados en el tiempo de mandato transcurrido habrían sido la reforma sanitaria y la ley de control financiero. Se trata de reformas que, con el tiempo, pueden transformar respectivamente el entorno social y financiero de Estados Unidos, por más que se hayan quedado por debajo de los propósitos iniciales. Pero, en el esfuerzo de sacarlas adelante, Obama ha transmitido una imagen de líder dubitativo que es la que podría pasarle una pesada factura en noviembre.
La convicción de que la agenda de reformas deberá ser aplazada si los republicanos obtienen la mayoría en el Congreso permite a Obama concentrarse en la reelección, dando por concluido el periodo más transformador de su mandato. La salida de su jefe de Gabinete, Rahm Emanuel, para optar a la alcaldía de Chicago se interpreta como un punto final a la estrategia bipartidista y transversal seguida hasta ahora, de la que había sido uno de los principales inspiradores. El entorno de Obama cree llegado el momento de desarrollar una política menos preocupada por buscar acuerdos con los republicanos, algo que se ha revelado difícil y poco rentable desde el punto de vista electoral, y más concentrada en asegurar el electorado demócrata.
Tras la exhibición de fuerza del Tea Party en la manifestación del 28 de agosto en Washington, hace apenas una semana fueron los partidarios de Obama los que se concentraron en la explanada frente al monumento de Lincoln para animarle a continuar con su programa de reformas. Se trata seguramente de la más importante reacción de los sectores demócratas desde que el movimiento extremista encabezado por Sarah Palin se decidió a sostener una ofensiva política constante contra Obama, tanto en los medios de comunicación como en las calles. La diferencia entre una manifestación y otra no se limitó a las consignas y a las pancartas. Entre los asistentes se podía apreciar, además, el retorno de dos Américas, una que sigue considerando la llegada de Obama a la Casa Blanca como un avance efectivo de la igualdad y otra que ve en ello el origen de muchos de los males actuales. Su escueto lema es inquietantemente significativo: Una nación.
Los fantasmas que se creían superados en Estados Unidos pugnan por ocupar otra vez el centro de la escena, empujados por una radicalización política para la que no parece existir escapatoria.
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