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Reportaje:

Un 'Cabaret' tras las rejas

Un grupo de presos representa el musical en la cárcel de Soto del Real

El hombre de pelo gris y barba tupida que se sienta en la última fila del patio de butacas aplaude entusiasmado. Se inclina sobre su asiento. Para ver mejor. Mira tan fijamente al frente que ni siquiera nota que el tipo del asiento de al lado se fija en él constantemente. Sobre el escenario, Cabaret, la obra de teatro basada en la novela Adiós Berlín, de Christopher Isherwood. Un listón muy alto para cualquier profesional de las tablas. Tan entusiasmado está el hombre de barba que a veces aplaude cuando nadie lo hace. Disfruta con lo que hacen los artistas. Que bailan, que hablan, que tocan, que cantan. Que son todos presos. Como él. Como el resto de los 200 asistentes que abarrotan el salón de actos de la cárcel de Soto del Real.

"Es una manera de evitar quedarse sentado en un patio", dice un preso
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"Sin actividades no hay reinserción"

Se abre el telón y David Contreras, el actor que encarna al maestro de ceremonias del ficticio cabaret, se desliza como un cubito de hielo por el escenario para acabar con un salto de acróbata. Los casi dos años que lleva interno no han podido anquilosar la habilidad del bailarín profesional que fue antes de entrar. Él es uno de los 26 presos condenados o preventivos que forman la compañía que lleva el espectáculo, Último Recurso. Dirigidos por otro interno, Paul, y tras pasar un reñido casting, ellos mismos se han encargado de readaptar el guión, construir el decorado, coser los trajes y ensayar más de cuatro horas diarias desde mayo, cuando la compañía estrenó su primera obra, La ópera de la vida. No tienen malos maestros. Los profesionales del Proyecto Social del Teatro Real realizan talleres como este desde 2008, tras firmar un acuerdo con Instituciones Penitenciarias. "Queremos darles a los internos un recurso. Experiencia profesional y trabajo en equipo. En estos lugares las personas tienden a encerrarse en sí mismas, y con estas iniciativas creemos que pueden romper esas barreras y lograr socializarse. Evolucionar", dice Juan Marchán, responsable del proyecto.

Salen a escena las bailarinas luciendo unos diminutos vestidos y la testosterona se dispara en la sala, hoy toda masculina. Al hombre de barba cana se le dibuja una sonrisa pícara en los labios. "Me alegro de que se ilusionen viendo nuestros bailes", afirma una de las venus, Chai, malasia de 22 años. "Pero lo que más agradezco es que, mientras estamos aquí ensayando o actuando, ¡nos relacionamos! Algo que muchas veces no nos pasa en el módulo", añade. Para Heidemarie, una presa de 64 años, el grupo se ha convertido en "una familia", algo que ni siquiera tenía fuera, según afirma. Para otros como José María Sánchez, que antes de entrar al centro era un activo ingeniero aeronáutico que montaba aviones de pasajeros, "es una manera de evitar quedarse sentado en un patio sin hacer nada".

En el currículo de estos artistas hay decisiones equivocadas, momentos bajos, pasados desesperados y amistades poco convenientes. Errores fatales que el sistema se cobró emparedando su existencia. Ahora quieren ser "mejores personas", explica Chizuru, una interna japonesa de 26 años. Un objetivo que la mayoría de ellos cree que no alcanzarán por el hecho de vivir encerrados, pero que aseguran notar más próximo cuando realizan actividades en las que ejercitan sus habilidades sociales. "Lo malo es que tenga que ser en el centro", se lamenta la asiática. "Aquí lo peor son las horas, pasas muchas a solas". "El simple hecho de ver la obra ya supone un momento de evasión también para el resto de reclusos", amplía su compañero de reparto, José María.

El hombre de la última fila mueve la cabeza para conseguir el ángulo perfecto de visión.

"Es una vía de escape", "una oportunidad de aprender", "de enriquecernos", "de trabajar en equipo", "de romper con la rutina monótona de la cárcel", describen uno detrás de otro los artistas cuando son preguntados por la actividad. Alguno incluso se zambulle en lo paradójico. "Nos hace sentir libres", suelta Contreras. "Es decir, libres dentro de aquí", trata de explicarse. "Una búsqueda de lo mejor dentro de lo malo".

Se baja el telón. Acaba el segundo de los cinco pases que dará la compañía. Hoy será el último. Los funcionarios vienen a llevarse al público. También a los actores. El primer grupo de hombres en ser guiado hacia la salida es el del módulo cuatro. Al que pertenece el hombre de barba cana. ¿Le ha gustado la obra?, le pregunta su vecino de butaca "Bien, buena, bueno", responde. Tiene acento como del este. Antes de seguir se vuelve un instante para añadir algo: "Por un momento, hemos salido de toda la mierda". Y se pierde en una larga fila de reos.

Tres reclusos de la cárcel de Soto del Real durante una representación de <i>Cabaret. </i>
Tres reclusos de la cárcel de Soto del Real durante una representación de Cabaret. CLAUDIO ÁLVAREZ
'Último recurso', una compañía de reclusos del centro de Soto del Real representa el famoso musicalVídeo: J. ABDELRAHIM / P. CASADO / L. ALMODÓVAR

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