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Columna
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Vascos y catalanes

A mediados de la pasada semana quedó cerrado el acuerdo político en virtud del cual los seis diputados del Partido Nacionalista Vasco en el Congreso garantizan al Gobierno de Rodríguez Zapatero la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado para 2011 y, con ella, la práctica seguridad de agotar la legislatura, sin verse apremiado a convocar elecciones generales antes de principios de 2012.

Los términos del pacto son bastante sangrantes: a cambio del apoyo parlamentario citado, el Ejecutivo del PSOE traspasará a Euskadi la totalidad de las políticas activas de empleo, con una dotación económica de 472 millones de euros. Si tenemos en cuenta que, en las negociaciones previas entre los Gobiernos -ambos socialistas- central y vasco, el paquete competencial por transferir era más pequeño y había sido evaluado en 327 millones, salta a la vista cuál es el precio por el que el PNV ha alquilado a ZP sus seis votos en la Carrera de San Jerónimo: una patada en la espinilla del lehendakari López, un nuevo privilegio económico para las empresas vascas y 145 millones limpios. Es decir, tanto o más de lo que recaudará al año ese tan publicitado incremento del IRPF a las rentas salariales más altas.

El nacionalismo catalán es percibido como un desafío identitario más difuso, sutil y desasosegante que el vasco

Ante el flagrante chalaneo, ¿cómo han reaccionado los guardianes de las esencias patrias? Pues con una contención y una mesura insólitas en ellos. Sí, por supuesto, la segunda fila del Partido Popular amenazó con presentar el consabido recurso de inconstitucionalidad y clamó con la boca pequeña contra la ruptura..., no de la inconsútil soberanía nacional, sino de la caja única de la Seguridad Social, concepto de por sí abstruso y poco movilizador de indignaciones colectivas sobre fondo rojigualda. Pero es que, además, los reproches del PP duraron 24 horas: su sección vasca es valedora imprescindible del Gobierno de Patxi López y considera -como todo el mundo en Euskadi- muy bienvenidos los 145 millones adicionales, así los dé Zapatero o el mismísimo Belcebú.

¿Y la prensa españolista madrileña, siempre tan belicosa y tan susceptible frente al "chantaje nacionalista"? Durante unos pocos días, sus titulares abundaron en la palabra cesión, y hubo denuncias de que Rodríguez Zapatero "solo tiene en cuenta su poltrona", y cierto sesudo artículo demostró, cifras en mano, que el acuerdo PSOE-PNV "ahonda la desigualdad territorial", y algún editorialista lo tachó de "trágica chapuza". En todo caso, ninguna histeria, ningún arrebato de demagogia incendiaria (nada de "Zapatero, genuflexo ante los separatistas" o de "componenda para repartirse el presupuesto"), ninguna campaña sistemática, y en menos de una semana, tema amortizado y asunto concluido.

El mismo rotativo capitalino que, el 12 de septiembre de 1993, trató de dinamitar el apoyo parlamentario de Convergència al Gobierno de Felipe González con aquel inolvidable titular de portada -Igual que Franco, pero al revés: persecución del castellano en Cataluña- y con la ofensiva digna de Goebbels que le siguió, ese diario ha despachado ahora el rescate de Zapatero por el PNV con un púdico análisis en páginas interiores (Las cesiones al nacionalismo abren una brecha en la caja única de las pensiones) acompañado de un editorial donde, encima, se contrapone la habilidad negociadora de los de Urkullu con "la incapacidad de los estrategas del catalanismo". ¿Será porque desde 2001 la centenaria cabecera pertenece a un grupo mediático bilbaíno?

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Para el Madrid que manda, el nacionalismo vasco plantea un reto de poder -por tanto, fácilmente inteligible en la Villa y Corte- que resolver con leyes, con pactos o con la Guardia Civil, según convenga. El nacionalismo catalán, en cambio, es percibido como un desafío identitario, sentimental, simbólico y cultural mucho más difuso, sutil y desasosegante. Solo así se explican el doble rasero que acabo de describir y el tenaz vigor de la catalanofobia, ya sea a cuenta de las lenguas o de los toros.

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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