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Columna
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Musulmanes de polígono, gitanos de campamento

Francesc Valls

El presidente del Pontificio Consejo para la Cultura, Gianfranco Ravasi, aseguraba hace poco que los catalanes históricamente han sido "originales y creativos para la teología". Una de las últimas aportaciones realizadas en la disciplina ha recaído en suerte a los musulmanes. Se trata del islam de polígono y ha sido puesto en práctica por varios ayuntamientos catalanes, los cuales han decidido recalificar suelo industrial para convertirlo en apto para centros de culto, eso sí, solo para musulmanes.

Si el Dios de Teresa de Ávila andaba entre los pucheros, Alá campa por naves, talleres y fábricas en la Cataluña del siglo XXI. La diferencia es que el Dios de Santa Teresa lo hacía por voluntad propia y el de los musulmanes lo hace por mandato municipal. Y, en este sentido, hace unos días el Ayuntamiento de Lleida vio como un perito judicial, tras el recurso presentado por los industriales de los polígonos del Segre y Entrevies, desaconsejaba la decisión del alcalde de ubicar el nuevo oratorio de la ciudad al lado de las fábricas. Se trata de un terreno por el que la comunidad debe pagar 7.956 euros al mes durante 50 años. Para ir al rezo diario, los musulmanes de Lleida deben recorrer más de 600 metros de una zona sin alumbrado público ni aceras, inseguro para peatones. El oratorio está a 2,2 kilómetros del centro de la ciudad.

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El perito judicial asegura que la ubicación segrega y resulta hostil para ceremonias religiosas. El alcalde cree que la suya es la mejor solución, porque el actual oratorio de la calle del Nord ha sido clausurado en dos ocasiones al superar el aforo permitido. El celo municipal es encomiable y sería bueno aplicarlo con igual firmeza a todo tipo de locales. De no ser así, daría la impresión de que se quiere echar de los espacios comunes de ciudadanía a quienes, además de practicar otra religión distinta a la mayoritaria, son aplastantemente pobres. Pero Lleida no está sola en la promoción del islam de polígono: ahí están Tarragona, Reus, Torredembarra, Roda de Barà, Torroella de Montgrí y Mataró. Abdelwahab Houzi, imán del oratorio de Lleida, es un hombre radical, intransigente con verdades de fe tan ancladas como los pilares constitucionales y con una demanda interpuesta por su ex mujer por presuntos malos tratos. En definitiva, es un exponente aventajado de ese fundamentalismo que restringe la ósmosis entre sociedad y religión.

El confinamiento allá donde no hay tejido ciudadano supone una comodidad para ese islam, que respira aliviado cuando se halla lejos de la mirada urbana. No es casual que cuatro de las cinco "mezquitas" -lamentable denominación para naves prefabricadas- consideradas radicales en Cataluña se hallen en zonas industriales. Esa es la extraña coincidencia de imanes fundamentalistas y alcaldes que, en ocasiones, no son más que brazos ejecutores, temerosos de perder el voto de una ciudadanía que prefiere ignorar al otro y tenerlo cuanto más lejos mejor.

La responsabilidad de los políticos es evidente, aunque en ocasiones no tengan escrúpulos en disfrazar de seriedad su demagogia. Esta semana ha habido un buen ejemplo de mala praxis con esa especie de safari internacional que el Partido Popular realizó al barrio de la Salut, tras la deportación de gitanos efectuada por el Gobierno de Sarkozy. En Badalona, ciudad en la que viven unas 220.000 personas, hay 300 gitanos de origen rumano y a la caza de los réditos electorales que da esa minoría acudió la líder del partido, Alicia Sánchez-Camacho, acompañada de Marie Thérèse Sánchez-Schmid, eurodiputada de la UMP francesa. El PP montó en Badalona un cuidado e inverso efecto Potemkin: un escenario de catástrofe con actores -en el tramo final de la visita- cuidadosamente elegidos. Del exotismo de la expedición da idea que en la página web de la parlamentaria sarkoziana se hablase de la visita a un inexistente campamento gitano, expresión que al día siguiente fue cambiada por barrio. Confusión de palabras al margen, el objetivo era claro: ganarse el favor del electorado a costa de fomentar la xenofobia y la fractura social. La irresponsabilidad de algunos políticos oculta el todo vale tras el argumento de escuchar al ciudadano.

La ley es igual para todos y debe aplicarse a judíos y gentiles, musulmanes y católicos, payos y gitanos. Si en Cataluña, como gusta recordar el tópico, no cabemos todos, tampoco en política debería haber espacio para actitudes irresponsables o temerarias.

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