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Los republicanos bloquearán los planes de Obama

El programa incluye revocar la ley sanitaria y congelar el gasto público

Antonio Caño

Respondiendo a la presión extremista del Tea Party, el Partido Republicano presenta esta semana un programa radical de gobierno, de cara a las elecciones legislativas de noviembre, que incluye la revocación o paralización de la reforma sanitaria y la congelación en el Congreso de todos los gastos para cualquier otro proyecto de Barack Obama. En otras palabras, un programa para anular al presidente, al que le espera un difícil futuro en Washington.

Esta iniciativa, que será presentada mañana, está inspirada en el Contrato con América, elaborado por Newt Gingrich en 1994 y que sirvió para devolver el Congreso a manos republicanas. Con un paso similar, la oposición pretende ahora convencer al electorado de que su promesa de cambiar drásticamente el rumbo de la política merece plena credibilidad.

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"No les vamos a dar ni un solo céntimo del dinero público, ni un céntimo", ha anticipado el líder de la minoría republicana en la Cámara de Representantes, John Boehner, el hombre que ocuparía la presidencia del Congreso a partir de noviembre, en sustitución de Nancy Pelosi, en el caso de una victoria de la oposición en noviembre.

El programa republicano incluye la congelación de todos los impuestos por un periodo inicial de dos años y la extensión, incluso para los sueldos millonarios, de las ventajas fiscales aprobadas por George Bush y que vencen el próximo 1 de enero. Se añade el compromiso de no aprobar en el futuro nuevos impuestos por simple mayoría parlamentaria.

En el capítulo de gastos, el propósito es el de impedir que el Gobierno gaste en cualquier otra cosa que no sean las Fuerzas Armadas y la seguridad nacional. No se van a aprobar, por supuesto, las partidas necesarias para cumplir el plan de infraestructuras anunciado por Obama como instrumento para combatir el desempleo. No se van a conceder recursos para ninguna otra promesa del presidente, incluida la de reducir impuestos a la clase media y los pequeños empresarios, a menos que se admitan también -Obama se niega- descuentos para los ingresos superiores a los 250.000 dólares anuales.

El blanco principal de la contraofensiva republicana es, no obstante, la reforma sanitaria. El objetivo máximo del programa es el de su plena revocación, pero eso no será fácil porque los republicanos no van a contar, muy probablemente, con los dos tercios que se requiere para hacerlo sin que el presidente pueda vetarlo.

A falta de eso, se anuncia una serie de medidas destinadas a impedir la aplicación y el desarrollo de la nueva ley sanitaria: bloqueo del dinero para la extensión de la ayuda a los pobres (Medicaid), obstáculos para la eliminación de algunas limitaciones en la asistencia a los pensionistas (Medicare) y congelación del dinero que se requiere para aplicar algunas de las instancias fundamentales de la ley, como es la obligatoriedad de que todos los norteamericanos tengan un seguro de salud.

Con este programa se puede dar por descontado un periodo de grave parálisis política en Washington. Incluso aunque las encuestas se equivoquen y los demócratas no pierdan el control de ambas Cámaras, la tarea de legislar será titánica. La Cámara de Representantes funciona con la regla de la mayoría simple, en el Senado se requieren 60 escaños para evitar el obstruccionismo de la oposición y el presidente puede vetar todos los proyectos que no vengan amparados por los dos tercios. Así pues, cada partido tiene armas para obstaculizar al otro y, como consecuencia, podemos estar cerca del final de esta presidencia, al menos en cuanto a resultados concretos se refiere.

Eso no significa necesariamente el final de Obama. La situación actual no dista mucho de la de 1994. Entonces, tras la victoria del Contrato con América, los republicanos apretaron al Gobierno hasta el punto de provocar el cierre físico de las oficinas públicas por falta de presupuesto. Ese fue, sin embargo, el punto en el que Bill Clinton recuperó la iniciativa política hasta conseguir una cómoda reelección.

Un seguidor del grupo de presión Tea Party muestra una pancarta contra Obama en Nueva York.
Un seguidor del grupo de presión Tea Party muestra una pancarta contra Obama en Nueva York.REUTERS

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