Sobre el Anguilas
Este pez no tiene buena fama. Su tendencia escurridiza le convierte en poco de fiar. En la vida mediática, sin embargo, las anguilas cobran más y más fuerza. Al fin y al cabo, la posesión y la cercanía terminan con el misterio. La fama y el prestigio tienen mucho que ver con el amor, funcionan con los mismos valores que un matrimonio. Uno se fatiga de la persona relevante si la tiene a diario en los medios y sabe todo de su vida familiar y profesional; lo siguiente es el divorcio. Un sabio escribió que la familiaridad es el principio del desprecio. Es ejemplar observarlo en la música. Este fin de semana el grupo Eels, que llamándose Anguilas quizá no gustaría tanto, tocó en Barcelona y Madrid en dos conciertos calcados, donde cada gesto, orden y hasta la presentación de los músicos no tenía nada de improvisado o azaroso, pese a la apariencia lúdica. Su cantante Mark Everett, esquivo ante los medios, apareció en escena con una bandana, gafas de sol, barbas largas y un mono blanco, sin mostrar ni un centímetro de su piel.
Pero el éxito de tal estrategia abarrotó los locales. Entre otras cosas Everett ha mostrado lo que quiere que se sepa de él en un libro que se titula Cosas que los nietos deberían saber, que la pequeña editorial Blackiebooks vende a un ritmo trepidante. Que un músico atraiga público con un libro es otra representación perfecta de un mundo mestizo, donde el CD se ha convertido en un objeto tan vulgarizado que no sirve ni para su propósito. Por eso las estrategias residen en caminar por otros terrenos que desemboquen, cómo no, sobre un escenario en directo frente a una audiencia entregada. Eels canta canciones íntimas, acaba de encadenar tres discos sobre la pasión, el abandono y la superación del desamor. Consigue que el público perciba esa intimidad sin someterse al vampirismo de los medios, casi evitándolos. "Nunca me imaginé diciendo estas cosas en voz alta", es el verso de una canción.
Signo de una nueva época donde el prestigio reside en no estar, donde salir en la tele es el último peldaño de la vulgarización, algo así como ver al amante pasándose el hilo dental.
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