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Columna
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Ayúdate

Manuel Vicent

Hubo un tiempo en que los libros de marxismo con todas sus variantes ocupaban la parte principal de la mesa de novedades. Alrededor de ella merodeaban jóvenes con trenca y capucha, morral de lona y patillas hasta media mejilla. Esos libros proponían una solución total a los problemas de la historia. Nada tenían que ver con los traumas personales que esos jóvenes llevaban a rastras. En vista del fracaso del marxismo, lentamente con los años la parte principal de la mesa de novedades fue derivando hacia el esoterismo. La ideología como solución planetaria fue sustituida por la astrología y los tarots, por viajes a Ganímedes y otros ritos tántricos para verse el aura. En ese lado de la mesa confluían chicas melancólicas de cara lavada, vestidas con flecos de viscosa y ojos de color fresa. Cuando se llegó a la evidencia de que fiar la salvación de la humanidad a la conjunción de los astros era una quimera estúpida, a la mesa de novedades llegaron libros que proponían una salida personal al problema de la existencia. Primero se aceptó el poder de ciertas semillas contra cualquier desastre del cuerpo y del alma; a continuación sobrevino la catarata de libros de cocina, en los que algunos de aquellos marxistas que se habían vuelto gastrónomos, proponían la reconquista del potaje de la abuela como la cota más alta del espíritu. La felicidad había que buscarla en las recetas para adelgazar.Todo estaba preparado para recibir el aluvión de los libros de auto ayuda. Estos volúmenes eran manoseados en silencio solo por mujeres, pero cada día abrevan más en ellos los ejecutivos, profesores y oficinistas traumados. Cualquier drama tiene un lado positivo, según la solapa. Si en plena crisis a uno lo echan de la empresa deberá considerar ese día como el más feliz de su vida, porque, ya sin jefe, se le abren infinitas posibilidades de ser la persona que había soñado. Incluso si usted muere no tiene que dar nada por perdido, puesto que existen varias alternativas. Puede ir al cielo a comer mazapán o caer en el infierno donde hay piscinas climatizadas con barra libre o establecerse en el limbo y dejar que la baba le llegue al ombligo. Por mi parte, en este caso, le aconsejo volver a la nada para evitarse más problemas.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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