La taciturna imagen del PP
Todas las encuestas aseguran que el Partido Popular (PP) está mejor situado que el PSOE para ganar, tanto en las elecciones municipales y autonómicas de 2011 como en las generales de 2012. Sin embargo, esos vaticinios no se están traduciendo en la menor señal de entusiasmo o alegría por parte del propio PP. No es fácil encontrar algún ejemplo o precedente de un partido político que esté, según los sondeos, en unas condiciones tan favorables y que se muestre, al mismo tiempo, tan desanimado o taciturno.
Es cierto que la situación económica del país es comprometida y que no deja espacio para la alegría, pero aun así, el bajo estado de ánimo del PP es, muy probablemente, consecuencia de otro cúmulo de problemas y percepciones internas. El mayor de ellos debe estar relacionado con un equipo dirigente que, salvo contadas excepciones, parece ya como fuertemente desgastado, cuando todavía faltan meses para las confrontaciones electorales.
El partido de la derecha no ha estructurado un programa económico, más allá del ambiguo "enderezar el país"
No se trata solo de la imagen mortecina de su candidato presidencial, Mariano Rajoy, sino del deterioro o pérdida de fuerza de otros dirigentes que, aunque sigan siendo considerados como posibles ganadores en sus respectivos cargos o espacios, ofrecen una imagen personal empeorada respecto a la que presentaban hace unos pocos años.
Es el caso evidente del valenciano Francisco Camps o de la madrileña Esperanza Aguirre, que han perdido lustre o brillo propio entre los militantes y entre los posibles votantes o simpatizantes del PP. Seguramente, el deterioro se debe a motivos distintos: en el caso de Camps, a los elevados casos de corrupción que se dan en su organización y en su espacio electoral, y en el de Aguirre, a sus repetidos enfrentamientos internos con Rajoy y con otros dirigentes del partido. Los sondeos indican que pueden ganar de nuevo en sus próximas confrontaciones electorales, pero está claro que en ningún caso son personajes que despierten hoy la admiración interna, la pasión o el apoyo incondicional dentro del aparato del PP que suscitaron en otros momentos otros políticos populares.
El segundo, y muy importante problema, se relaciona con el proyecto político del PP, que no está claro ni para sus propios militantes. En el periodo previo a la victoria electoral popular de 1996, es decir, en los años 1993-1996, el partido de la derecha española fue elaborando, a trancas y barrancas, pero con cierta fuerza, unos objetivos claros que presentar ante los electores comprendidos en la franja de centro derecha, liberal y conservadora. Adaptar la imagen de la derecha a la de la nueva sociedad española, mucho más moderna, y afrontar los cambios necesarios en la economía y la política exterior para poder entrar, a la primera y sin vacilaciones, en la creación del euro, por ejemplo, fueron metas claras que, sumadas al deterioro socialista, permitieron, en aquellos tiempos, animar y movilizar enérgica y alegremente a sus bases y dirigentes intermedios.
En la actualidad, el PP no puede presentarse, de ninguna manera, como un valladar contra la corrupción y no ha sido capaz hasta ahora de estructurar un programa económico, más allá del ambiguo "enderezar el país", que pregonan Rajoy y sus asesores. El panorama no facilita, pues, que los militantes populares se puedan sentir orgullosos o movilizados, ni en torno a dirigentes concretos, ni en torno a proyectos, y de ahí ese ánimo apagado y sin vigor que muestran continuamente.
En cierta forma, el calendario favorece, sin embargo, a los actuales dirigentes del PP, porque las elecciones municipales y autonómicas suelen ser un gran factor de movilización para las estructuras internas de los partidos. Quizás porque es ahí donde esos cargos intermedios se juegan realmente sus propios puestos de trabajo o su influencia en el partido, más que en unas elecciones generales, la realidad es que la confrontación electoral de 2011 será la verdadera piedra de toque del PP para calcular su propia resistencia interna.
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