Reino de Cristo y política de Dios
"Habéis hecho triunfar nuestra fe con vuestra espada contra la furia de sus enemigos": con estas palabras recibía Antoni Maria Marcet a Francisco Franco en la basílica de Montserrat el 26 de enero de 1942. El abad mitrado saludaba al jefe del Estado que, "con la protección y ayuda muy patentes de Dios" y como "instrumento de la Providencia", había dado cima a la "admirable gesta de la reconquista de España" y había devuelto a la Iglesia "nuestros templos y nuestros hogares y, con ellos, el ejercicio del derecho de cristianos y españoles". No podía el abad expresar con más exactitud la sustancia de lo que, andando el tiempo, se conocería como nacionalcatolicismo.
Como muestra Zira Box, la definición del régimen fue en los primeros años de la dictadura campo de lucha entre quienes pretendían instaurar una religión política, Falange, y quienes pretendían politizar la religión, la Iglesia. Ocurre, sin embargo, que religión política es un concepto inequívoco, mientras que politización de la religión es una estrategia de más y menos. El fascismo fue lo primero porque sus secuaces compartían un cuerpo de doctrina, celebraban unos ritos y cumplían unos preceptos; dogma, cultos y moral, sin referencia alguna a Dios, definen la religión política. Mientras que politizar la religión tiene grados, y escuchando al abad Marcet podría pensarse que lo que estaba ocurriendo en España era que la Iglesia, más que politizar su religión, divinizaba a un caudillo y sacralizaba su régimen resignificándolo como reino de Cristo en la tierra.
España año cero. La construcción simbólica del franquismo.
Zira Box.
Alianza. Madrid, 2010.
391 páginas. 22,50 euros.
En todo caso, lo que estaba en juego era si el resultado de la victoria por la espada iba a definirse como Estado fascista o como Estado católico. El juego -porque mucho de juego hubo, aunque incruento: fascistas y católicos detentaron poder hasta el final del régimen- se disputó en los fastos de la victoria, en el culto a los mártires y/o caídos, en el calendario de fiestas y en los símbolos del Nuevo Estado, que son la materia de los cuatro combates que en otros tantos capítulos analiza Zira Box, autora de notables contribuciones a lo que se conoce como construcción simbólica del franquismo.
Y ahí radica el acierto de su libro: haber situado el campo de batalla en el ámbito de lo simbólico pero vinculándolo siempre a las luchas de las distintas facciones de la coalición vencedora por parcelas más amplias de poder. Fuera religión política o politización de la religión, o quizás un híbrido, lo que queda claro es que esas luchas por los símbolos entre católicos, falangistas y tradicionalistas constituyen un intento de refundar la nación y el Estado. El abad Marcet lo tenía claro cuando saludó a Franco como enviado de Dios y continuador y émulo del gran emperador Carlos V y de su hijo Felipe II por la convincente razón de que había emergido de las profundidades del tiempo para devolverle el monasterio que las "hordas rojas" le habían arrebatado.
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