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Columna
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Escuchas

David Trueba

Se entiende que un Gobierno sin cosméticas de honradez, como aparenta ser el de Berlusconi en Italia, tenga en su punto de mira la supresión de la publicación en medios de comunicación de las escuchas judiciales. Al día de hoy, donde los tecnicismos legales para lograr la anulación de pruebas y las argucias para hacer correr el reloj de la prescripción de delitos protegen a los delincuentes más variopintos, las escuchas filtradas a los medios son una especie de último recurso. Es algo así como la sentencia de la escalera de vecinos, la verdad voceada a los cuatro vientos pero sin ninguna trascendencia judicial. Todos sabemos que alguien ha malversado fondos, robado descaradamente, aprovechado su poder institucional para la apropiación indebida, aceptado regalos y prebendas, manipulado concursos de funcionarios, partidos futbolísticos y concesiones de canales de televisión y radio, pero los juzgados se quedan sin voz antes de llegar a la sentencia firme. La trascendencia de los hallazgos es corta, cortísima, y como mucho queda ese prurito de vergüencilla que a ratos nos trae una dimisión, un cambio de destino, un puesto más discreto en la Administración.

Las escuchas son un feo recurso, una grosería, un truco de casquería policial. Son a una investigación bien hecha como pasar el dedo por encima de una estantería llena de polvo sin terminar de limpiarla. La escucha es pescar salmones tirando granadas de mano al río. Pero en una cada vez más saturada justicia, con más recursos en manos de los delincuentes y menos en las de sus perseguidores, los medios necesitan darnos esa grosera transcripción para asegurarnos que siguen trabajando con el martillo del periodismo de investigación, cosa que no es del todo cierta. Pero suprimirlas, vetarlas, prohibirlas, para premiar la intimidad de los chorizos no parece la mejor solución. En las últimas filtraciones de escuchas del caso Brugal, ese de las concesiones de basura, las magdalenas y los amiguitos de la cofradía del yate, uno de los imputados decía: "Hay que andarse con cuidado no sea que salgamos en el tebeo". En su lenguaje zafio, lleno de motes, muletillas y pijadas de nuevo rico, el tebeo es la prensa seria. La impunidad fabrica valientes, orgullosos de estar en el meollo solo para forrarse. Nosotros, a oír y callar.

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