Colm Tóibín
En menos de quince minutos, el ruido vigoroso del río Noguera-Pallaresa es sustituido por el susurro chispeante de dos vasos de agua con gas recién servidos. "Aquí tienes", dice en un español amable Colm Tóibín en el gran salón de la casa donde veranea en Farrera de Pallars, en Lleida. Un pueblo al final de una carretera angosta que culebrea ascendente por los Pirineos catalanes partiendo desde Llavorsí, mientras se aleja del rumor del río para adentrarse, montaña arriba, en los predios de un viento sigiloso.
Y del silencio.
Es el lugar estival del antiguo adolescente irlandés con vocación de poeta, derivado en crítico literario del Irish Times, luego en periodista para medios como Vanity Fair y The New York Review of Books, en profesor de universidades como Princeton y hoy en un prestigioso escritor de 55 años con varios libros de ensayos, uno de cuentos y seis novelas que primero escribe a mano en un cuaderno grande de tapas duras. El mismo hombre que vio de niño el poder de Irlanda en su propia casa al tener un abuelo que estuvo en el IRA y un tío que ayudó a la formación del Fianna Fail, el partido dominante, y que esta mañana repasa su vida en un pausado inglés cantarín salpicado de español, que a partir de ahora se verá en letra cursiva.
"Una novela no trata de grandes conceptos, sino del frío, los colores ... Y aquí escribo de cuando un inmigrante es extranjero incluso de sí mismo"
El cielo está azul y el sol cae suave sobre la hilera de montañas verdes que se divisan frente a las ventanas y la terraza del escritor, en ese pueblo agarrado a la montaña rocosa. De ese esplendor matinal se beneficia el salón a través de un par de lucernarios en el alto techo de dos aguas de la casa. Sentado delante de una mesa de roble amarillo, Tóibín se sorprende como un niño cuando ve la edición española de su nueva novela, Brooklyn (Lumen), una odisea de ida y vuelta en los albores del mundo contemporáneo cargado de promesas con sus temas predilectos: exilio, identidad, familia e Irlanda.
Es una historia de comienzos de los años cincuenta que narra el destino de una joven inmigrante irlandesa, "y su encuentro con un nuevo mundo, especialmente con el amor... Y de lo que pasa cuando un inmigrante es extranjero en sus dos países, e incluso de sí mismo...". Ella se llama Eilis y en su descubrimiento de la vida se alcanzan a ver los pilares con que se levanta el imperio estadounidense y el embrión de su influencia a través del nacimiento de la sociedad de consumo, de la liberación femenina y de los derechos civiles de los negros. Una historia desencadenada por las cosas que se callan y que pueden llevar el sino de la tragedia.
"Lo curioso es que en febrero estaba firmando libros en Nueva York, después de una lectura, y una mujer se me acercó y me dijo que era la hija de Eilis. Sabía que era fácil que los irlandeses se vieran reflejados en la novela. Creí que se refería a que su madre se le parecía. Pero no, ella insistió en que era su madre. No sabía qué pensar. Aunque bien es cierto que yo había escuchado de niño parte de esta historia en mi casa de Enniscorthy, en el condado de Wexford", territorio literario de sus obras. Ahora resultaba que el destino de la novela continuaba en la vida real. Sorprendido, debía averiguar si era verdad lo que la mujer decía; así que le preguntó cómo se llamaba su madre. Si acertaba, se cerraría un círculo: realidad, ficción, realidad...
...Pero el origen de Brooklyn no está ni en esa mujer ni en el propio y afable Colm Tóibín. Él lo descubrirá en unos minutos cuando sus propias palabras lo lleven a las raíces de su destino como escritor en un país con una tradición de grandes autores como James Joyce. Al igual que muchos irlandeses no era consciente de ese legado. Mientras le daba la espalda a todo eso descubrió con 16 años a escritores como Ernest Hemingway, Sartre, Camus y Kafka. "Era normal que no se leyese novela irlandesa. Irlanda parece deprimente, húmeda, aburrida; y yo no prestaba ninguna atención a su literatura".
¡Ah!, con una excepción: William Butler Yeats. "Lo llevaba en la sangre. Su poesía siempre era interesante, y luego lo que escribía sobre el sexo, su vejez, el paisaje irlandés
...", reconoce risueño Tóibín, mientras las burbujas de su vaso de agua han dejado el alboroto y las prisas por subir. Una vez graduado del University Collage de Dublín, en 1975, viajó a Barcelona por tres años. De aquella época es herencia este lugar de veraneo, en casa de unos amigos irlandeses. "¡Hace 34 años!", se sorprende exclamando el paso del tiempo.
Su voz es lo único que se escucha, hasta que una nueva pregunta altera el ritmo del tiempo. Tras ella, Tóibín cuenta que lo que hizo en Barcelona fue simplemente "¡Vivir!". Solo le interesaba la poesía. "La idea de un novelista era estúpida, escribir una novela con todos sus detalles: 'Subió las escaleras, abrió la puerta'. ¡Aaajjj! Y tampoco me interesaba el periodismo. El problema me lo planteó un amigo al volver a Dublín. Había fundado una revista donde terminé escribiendo reseñas de libros; hasta que llegó otro director y me dijo: '¿Por qué no haces algo de verdad?'. Escribí crónicas y gustaron. La aventura de Barcelona había terminado". En 1990 oficializó su futuro como escritor con El Sur, una manera de recuperar su tiempo catalán.
Aunque el origen real de su vocación de escritor es el mismo del de muchos de sus compatriotas. "Hay dos motivos para explicar la tradición de los escritores irlandeses: Uno, el único modo de salir de la pobreza era la alfabetización. En todas las familias: libros, papel, pluma
... Eran el futuro. La madre observa, y si el hijo sabe leer y escribir, quizás pueda encontrar un trabajo a cubierto. Allí no había industria, no había porvenir. La única manera de salir adelante era ser cura u oficinista. Mi madre solía enseñarme una tienda con un viejo horrible, y, señalándole, me decía: 'Si no estudias, trabajarás para él'. El otro motivo es la proximidad a Londres. Siempre ha habido gusto por las historias exóticas sobre la vida irlandesa. Así que está claro, tenemos el idioma y la proximidad con Londres y su industria editorial".
Habla entonces de mantener a raya los tópicos y, poco a poco, empieza a tocar la emigración, el exilio, eje de Brooklyn; y, de paso, crea un retrato de Irlanda al describir de qué sueños y materiales emocionales están hechos su país y sus paisanos. Su idiosincrasia.
"Desde hace 150 años es la lucha por la independencia. Me refiero a que la historia de toda familia es que alguien se marchó, y por lo general no regresaba. La gran diferencia es que si uno se iba a Inglaterra, entraba en una clase marginada. Y si se iba a Estados Unidos, entraba en la tierra de las oportunidades. Cuando tenía ocho años, en 1963, mi padre me llevó a una ciudad que estaba a 16 kilómetros y vimos, entre la multitud, a John Kennedy en un coche sin capota. ¡Glamuroso! He conocido a Barack Obama y me ha parecido glamuroso. Pero Kennedy era maravilloso cuando yo tenía ocho años. Y sus antepasados eran de mi mismo condado, Wexford. Ahí reside esa idea de caminar hacia el futuro; de llegar a ser Kennedy. En cambio en Inglaterra no puedes ser rey. En Estados Unidos puedes vivir como pobre, pero la imagen no lo es".
Hoy los inmigrantes de todo el mundo van hacia todas partes. Incluida Irlanda. "Allí empezó en 1994, y pensaba: 'Qué bien, vamos a mezclarnos, ¡que vengan millones!'. Había temor, y percibí la idea de vacío de los primeros años del exilio. De alguien que no es de aquí ni de allí, en una encrucijada. Cuando la historia y la política no significan nada. Pero la cuchara, el té o una voz, lo son todo. Y si uno pone amor en esas presiones él va en todas direcciones, incluso donde alguien está por venirse abajo. Me interesaba lo que podía hacer con eso".
Los ladridos de Triska, desde la terraza, eclipsan un poco la voz de Tóibín. Sus reflexiones sobre los inmigrantes derivan en las emociones reprimidas o cautivas que refleja la novela. "Hay algo que está en lo más profundo de la sociedad: no mostrar el interior... Se mantienen muchas emociones contenidas. En mi mundo, sin duda. Y esto es muy bueno para una novela, porque uno puede tener la emoción en el fondo. La gente se sentía orgullosa de decir: 'Estaba tan enfadado. ¿Sabes lo que hice? Sonreí'. Es una forma de ser que a un extranjero le resulta muy difícil de comprender. Beckett es casi un realista social".
Pero Colm Tóibín parece ajeno a ese autosecuestro de la expresividad en la vida real. Otra cosa son los sentimientos guardados de los homosexuales que él ha vivido. Tema que ha abordado en ensayos como Amor en tiempos oscuros: Vidas de Wilde a Almodóvar. Y del atisbo a la homosexualidad no escapa Brooklyn. Al escuchar esto se siente descubierto, y ríe. "No pude evitarlo. Quería esa figura de la literatura francesa, Hummm, sí, Cándido, donde el personaje lo experimenta todo. Quería ser casi picaresco. Que Eilis experimentara pequeños momentos que no sabe que existen. Los derechos civiles, el eco de la II Guerra, o cuando ve entrar en la tienda a una mujer negra y no entiende el significado de lo que sucede. Ese es un gran momento. El comienzo de una nueva vida en Estados Unidos. Todos esos temas están en el fondo, pero no quería que emergiesen, porque entonces estaría escribiendo historia o sociología".
Convergen aquí dos de sus temas habituales: la homosexualidad y la familia, tratado en novelas como El faro de Blackwater y The Master. Retrato del novelista adulto, la elogiada y premiada falsa biografía de Henry James. "En The Master cuento esto que pasa conmigo. Que tengo un hermano mayor, más fuerte. Como Henry James también con William, era muy interesante la relación, porque es una que podrías tener toda la vida con un hermano mayor así. Y también con tías. Éramos cinco, como los de James; entonces, estaba jugando un poco con esa familia y la familia, en la novela".
Ante la idea de que la familia puede ser castradora, aclara que "es muy útil si uno es novelista, porque lo sabe todo de todo el mundo y de sus vidas. Además, está luego el drama de escapar, regresar, pertenecer, no pertenecer... es muy poderoso".
Sus palabras se van hacia las anécdotas cuando alguna nube extraviada cubre el sol y la casa se ensombrece un tris. No tarda en aparecer otro tema clave en la novela: las cosas que se piensan pero se callan y que pueden llevar consigo una condena. "Me interesa explorar como un minero que busca algo. Lo que la novela hace, de un modo que no pueden igualar el cine o el teatro, es explotar esa división entre lo que estás pensando y lo que dices. El rostro y la cabeza. Puedes jugar mucho con el autodominio. Con los niveles de guardar secretos de ti mismo, del mundo. Reservarlos. Y mostrar algo totalmente distinto. La primera cosa que hace mi protagonista es guardar algo. También se recurre al silencio total, si es muy importante. Por ejemplo, mi padre murió cuando yo tenía 12 años. Es un tema íntimo del que no hablo. Con los años, aprendes que es dañino. No es una manera ideal de vivir, y, en cierto modo, lo estoy usando todo el tiempo para escribir. En la vida lo mejor es decir todo. Pero no quería escribir una gran tragedia".
Esa sí la ha vivido su país con el IRA, al que perteneció su abuelo Patrick, que participó en la rebelión de 1916 en Enniscorthy por la independencia y fue encarcelado en Frongoch, Gales. Así es que este poeta, periodista y escritor piensa, sabe y siente cosas que no quiere callar. "Mi tío fue uno de los fundadores del partido Fianna Fail. Teníamos una relación muy estrecha y él se las arreglaba para no hacer caso de la parte de todo aquello que no aprobaba. Durante mi infancia toda la autoridad del Estado estaba en mi casa. Mi tío, mi padre. ¡Irlanda era nuestra! Cuando Irlanda del Norte explotaba, era como un país extranjero. Tuvimos nuestro Estado durante 50 años. Yo vivía en un mundo tan estable... La clase católica del partido... ¿Y ellos qué querían? Esa frontera entre Irlanda del Norte e Irlanda del Sur era frontera. Queríamos una Irlanda unida y que los inmigrantes se marchasen. La tarea era convencer al Gobierno británico de que lo que quería el Gobierno de la República de Irlanda era establecer un sistema estable. Al final, ambos crearon un sistema político bastante estable con las dos comunidades. Todo el mundo ha movido ficha. Ellos han perdido 30 años de progreso en otros aspectos. Así que no es un buen sitio para ser homosexual; y probablemente tampoco para ser un niño o una mujer".
Fue en aquellos años infantiles en que Irlanda estaba en su casa cuando Colm Tóibín escuchó que una joven de Enniscorthy había ido a Brooklyn, y vivido algunas cosas que no se puede revelar aquí, lo que 40 años después le serviría para crear esta novela. Hasta que esa realidad se le apareció en febrero pasado como un fantasma en Nueva York a través de una mujer que decía ser la hija de aquella muchacha recreada como Eilis en el libro. Para salir de dudas, Tóibín le preguntó el nombre de su madre. Así confirmó que la realidad que él había transfigurado en ficción reaparecía ahora delante de él. El círculo se cerraba...
...Tras recordar esa jugada del azar, el escritor deja escapar una sonrisa. Se levanta, sale del salón, baja dos peldaños y entra en la habitación pequeña que le sirve de estudio. Frente a la ventana, una mesa con el cuaderno de tapas azules en el que escribe y el computador donde luego transcribe y edita. Lo hace de espaldas a la ventana, quizás para no distraerse ante el cuadro natural, un día luminoso de montañas que se tornan azules en la lejanía mientras sobre ellas descansan las nubes que minutos antes sombrearon el salón.
Tóibín habla del nuevo libro de relatos que publicará este otoño en Irlanda, cuyo título lo dice todo: The Empty Family (la familia vacía). Luego se deja grabar para un vídeo que promocionará esta entrevista en la edición digital del periódico, explicando en español y catalán por qué escribió Brooklyn: "...Una novela no trata de grandes conceptos, de cosas abstractas, sino del frío, los colores, los sabores... y 'Brooklyn' trata del encuentro de una joven irlandesa en un nuevo mudo, especialmente con el amor... Y de lo que pasa cuando un inmigrante es extranjero en sus dos países, e incluso de sí mismo...".
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