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Editorial:Editorial
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Rezagada

La crisis financiera global desencadenada hace tres años puso fin a una de las más favorables y dilatadas fases de expansión de la economía española. De esta crisis, todavía vigente, nuestra economía saldrá más tarde que las demás de la OCDE y con un ritmo de crecimiento muy inferior al promedio de esa larga década que concluyó en 2008. La dificultad para anticipar un horizonte de crecimiento sostenido, suficiente para crear empleo, está determinada por la severidad con que esta crisis se manifiesta en el mercado de trabajo y la no menos inusual inhibición de la actividad crediticia por parte del sistema bancario. La especialización productiva de nuestra economía no favorece precisamente el aprovechamiento de la eventual recuperación de la demanda de las principales economías del mundo.

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Recuperación incierta

Los datos recientes de paro registrados y los más desoladores de afiliaciones a la Seguridad Social son suficientemente expresivos de la singularidad de la crisis española: ninguna economía de la OCDE sufre unas consecuencias tan directas sobre el mercado de trabajo. Una parte significativa de ese más del 20% de desempleo acabará adoptando un carácter estructural: constituido por personas cuyas habilidades no les permitirán abandonar esa condición de desempleados cuando repunte la actividad. España también se diferencia de las economías avanzadas por la enorme proporción de paro juvenil: un capital humano potencial también en gran medida condenado a la erosión de sus capacidades. Mientras el desempleo no se reduzca claramente, las décimas arriba o debajo de variación trimestral del PIB no significarán gran cosa.

Para que el mercado de trabajo aporte de forma suficientemente consistente buenas señales es necesario que las empresas recuperen la confianza e inviertan. A ello puede contribuir el aprovechamiento de las oportunidades asociadas a la expansión ya observable en el volumen de comercio mundial. El problema es que no son muchas, ni en muchos sectores, las empresas capaces de exhibir ventajas competitivas como para aprovechar esos repuntes en la demanda global. Es verdad que existen empresas con un amplio grado de implantación internacional, pero no son precisamente generadoras de ingresos recurrentes suficientes o, como las multinacionales de otros países, repatriadoras de importantes flujos de dividendos. Afortunadamente, y a pesar de una cierta marginación por la política económica de los últimos años, el sector turístico sigue disponiendo de una ventaja competitiva clara. Si las economías de nuestros principales vecinos y socios se recuperan eso podrá traducirse en mayores ingresos exteriores que sanearán la balanza por cuenta corriente.

Con todo, la esperada recuperación española precisará de la complicidad de un sistema bancario que, afortunadamente, empieza a encontrar vías de acceso a los mercados mayoristas para fortalecer su liquidez y que en algún momento debiera recuperar la canalización del crédito a aquellas empresas con proyectos de crecimiento. No solo a las ya existentes, sino a las que estén a punto de nacer. Abandonar esa condición de economía que entierra a más empresas de las que ve nacer, así como eliminar los trámites y plazos excesivos para la creación de empresas será otra de las señales de que la recuperación de la economía española, aunque tardía, puede ser lo suficientemente sana para que sea sostenible. -

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