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EL CÓRNER INGLÉS
Columna
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Elefantes a la milanesa

"La vejez no es tan mala

si uno considera la alternativa."

Maurice Chevalier, cantante francés

Cuando los elefantes viejos saben que la vida se extingue, que se acerca el pitido final, tienen la delicadeza de alejarse de la manada y buscarse un lugar tranquilo para morir. Los futbolistas en decadencia no siempre exhiben la misma dignidad.

Los casos de Cantona, que se retiró en la cima de su carrera con el Manchester United, y Zidane, que hizo lo mismo en el Madrid, son excepcionales. La regla es que los jugadores, incluso los ricos y famosos, intenten prolongar sus vidas profesionales más allá de lo que la naturaleza permite. No se dan cuenta, o no les importa, que su imagen sufra, que rocen el ridículo. Por unos euros más o porque su vanidad se opone a las ineluctables verdades de la mortalidad o por las dos cosas, ahí siguen, héroes convertidos demasiadas veces en payasos.

Todos los años, durante el vodevil veraniego de los traspasos, se dan casos de este tipo. Beckham pasó de la intensa seriedad del United y el Madrid a un circo hollywoodense llamado Los Ángeles Galaxy. Roberto Carlos, tras una década de gloria en el Madrid, se extinguió en el Fenerbahçe. Rivaldo, que lo ganó prácticamente todo con Brasil y el Barcelona, ha acabado en el Bunyodkor de Uzbekistán, cuyos tiránicos dueños, por cierto, son socios y amigos del libertador catalán, Joan Laporta. Y Raúl, al Schalke: otro triste desenlace. El mito español está en el último tramo del otoño de su carrera, pero no lo quiere reconocer. Eligió la muerte lenta ante las hordas alemanas cuando podría haber optado por un honorable harakiri en casa. Como Zidane, que murió de pie, con la camiseta blanca puesta.

Rivaldo y Beckham tuvieron más suerte que Roberto Carlos y Raúl. Ambos fueron acogidos durante un tiempo por aquella residencia de futbolistas ancianos, o pasados de rosca, conocida como Milan. Gracias a la filantropía de su dueño y presidente de Italia, Silvio Berlusconi, otro individuo incapaz de resignarse a las vicisitudes del tiempo, ahí también está Ronaldinho, crack reducido a rapero gordito. El último gesto del pecador Berlusconi, hace apenas una semana, le debe de haber asegurado un palco en el cielo. La caridad en estado puro firmó a Robinho, del Manchester City, por 18 millones de euros.

El brasileño es la única persona en el planeta fútbol que sigue creyendo que un día de estos se le reconocerá por fin como el mejor jugador del mundo. En Brasil ofrece su mejor versión porque el fútbol lento y sosegado que se juega allá, como el de Uzbekistán y Turquía, está pensado para jugadores en declive. Pero Robinho, que no se rinde ante la evidencia de sus fracasos en el Madrid y el Manchester City, insiste en creer que todavía tiene futuro en una Liga seria europea pese a que su nuevo club es el nostálgico Milan, en el que acaba de recalar Ibrahimovic, pobre hombre.

Casi tan triste el destino del sueco como el de Raúl. Tiene razón Ibra en criticar a Pep Guardiola, que le arruinó la vida hace un año cuando se le ocurrió que encajaría de maravilla en el Barcelona. No encajó para nada, cosa hoy tan obvia que sorprende que no lo haya previsto Guardiola, tan santificado él, tan intocable para los medios españoles, que resulta que el único malo de la película ahora es Ibra. Pero es el sueco el que sale perdiendo aquí. Bueno, el Barça ha hecho el peor negocio de su historia y de la historia del fútbol con Ibra, Eto'o y compañía, pero parece que nadie se da cuenta. Ibra sí se tiene que dar cuenta, y mucho, de que, si el Barça le hubiera dejado en paz, si le hubiera dejado en el Inter, podría haber ganado la Copa de Europa el curso pasado y haberse coronado por tercer año consecutivo como el mejor jugador de la Serie A. Si hubieran dejado a Ibra donde estaba, se habría evitado la grotesca circunstancia de tener que intentar hoy jugar al fútbol junto al gordo y el flaco, Ronaldinho y Robinho, en el museo milanés.

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