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La ciudad diferente: vivir en un bajo

El centro histórico de Valencia adquiere una nueva fisionomía con el alquiler de plantas bajas, que antaño fueron comercios, convertidas en cómodas viviendas

Se alquilan bajos que antaño fueron comercios y se habilitan con todas las comodidades de una vivienda. No hay que subir escaleras ni se necesita ascensor. Sus habitantes varían: desde humildes ancianos que mantienen su casa como si el tiempo se hubiese detenido, hasta matrimonios jóvenes con hijos. Un recorrido por estas viviendas y conocer a sus inquilinos ofrece una visión de la ciudad diferente. Un microclima de calma dentro del estrés habitual del centro. Trozos de una ciudad extinguida.

Mari Luz y su hijo viven al lado de un edificio que es patrimonio de la humanidad; no todos pueden decir lo mismo. El transeúnte aventurado por el carrer dels Cordellats, que flanquea la Llotja de la Seda, podrá ver a la mujer sentada todas las tardes, a la fresca en su silla de enea, apurada en su ganchillo. Mari Luz tiene 79 años y ya hace mucho que abandonó su casa de siempre para venir a vivir aquí. Tuvo la mala suerte de que el edificio que habitaba fuera derruido para construir un anexo de las Cortes Valencianas. Ella no quería irse. Pero así son las cosas.

Mari Luz: "Aunque no lo crea esta casa es más antigua que la Lonja"
Otear el decorado del interior de la casa es regresar a los años cincuenta
Un comedor que es escaparate con sus ganchillos, mesa camilla y porcelanas
El palacio de Editor Cabrerizo fue una casa de putas. Ahora es un edificio oficial
En la calle Quart, José no cambia su bajo por ningún piso. "Está fresquito"
En una calle remota del Carme, la casa de Angelo es un 'loft' lleno de lienzos

Vivir a ras de suelo, observando a los paseantes y turistas es bastante entretenido, dice ahora Mari Luz. Otear el decorado del interior de su casa es como regresar a los años cincuenta. Gracias a las puertas acristaladas es posible descubrir su interior. Un comedor que parece un escaparate con sus ganchillos, mesa camilla, fotografías de ancestros, porcelanas; todo posee un primor que produce nostalgia. La de aquellos tiempos en los que la gente se sentaba en la calle para coger aire en verano. Un mundo extinguido. "Aunque no lo crea esta casa es más antigua que la Llotja, y además vivió el novelista y médico Jaume Roig, que era un valenciano eminente".

La catastrófica riada de 1957 arruinó muchos bajos de la Ciutat Vella, sobre todo en El Carme. Pero algunos aún sobreviven con su aspecto de tienda o corral antiguo y están llenos de vida. Es el caso del número 24 de la calle Roger de Flor, en el barrio del Pilar. Allí, aunque parezca mentira, aún se mantiene la costumbre de reunirse con las amigas en la calle. Concepción, Nemesia, Rosalía y Mari Carmen, sentadas en sillas de camping a la puerta del bajo de la primera, comentan la ruina del barrio y la plaga de marginales y negocio de drogas y prostitución que azota la tranquilidad de estas calles ante la indiferencia municipal.

"Fíjese, han puesto unos bancos inútiles, encerrados en un cuadrilátero de cemento. No hay nada que ver en esa plaza. Tampoco hay muchos árboles. Mire, el único verdor que se ve es el fosforescente de las patrullas de la policía". Tiene que ser cierto pues mientras el reportero habla con las vecinas, la calle parece un rally de fuerzas policiales.

Motoristas de la Local y la Nacional, patrullas de ambos cuerpos torciendo esquinas como si fuera una película de Colombo. No se sabe en rigor lo que buscan pues no molestan a las trabajadoras del sexo de todas las razas que deambulan por entre las medianeras en ruinas ni tampoco piden la papela a orondos africanos que a todas luces son los macarras que pueblan el barrio. Todo es consecuencia de la asombrosa e incesante actividad de la calle Viana, que es como un trozo de anacronismo marginal en un barrio en plena remodelación.

Los maridos de estas vecinas hacen caso omiso de los rallies policiales y disfrutan de su habitual partida de dominó en plena calle, con su práctico, por plegable y ligero, mobiliario de camping. En plena ciudad como si estuvieran en un chalé de la Cañada.

Concepción vive en el bajo número 24; recuerda que antes era una lechería. "El bajo té andana", aclara Concepción. Y explica que aquí vive su hijo con toda la familia y que están muy contentos. "Vivir en una planta baja no tiene nada de particular", dice esta vecina, que confiesa: "Solo que, si quitaran a las putas, pues estaríamos mejor".

Mari Carmen, de unos 58 años, es la más progre de la tertulia vespertina y tercia: "En este barrio siempre hubo mujeres. Sin ir más lejos ese palacio que ve que hace chaflán con Editor Cabrerizo era en tiempos una gran casa de putas. Ahora es un edificio oficial. Pero en la misma calle hay una fonda donde está la castaña pilonga".

El ambiente de esta calle donde hay varias familias viviendo en bajos se anima con los tumultos que se organizan cuando los hermanos de la Iglesia Evangelista reparten comida gratis a los necesitados españoles y extranjeros, en la cercana replaza. "Esta es una calle de clase primera y peatonal pero nadie hace caso", se queja Nemesia.

Cuando uno se aleja de la simpática calle con los vecinos a la fresca observa una escena de cine: un grupo de prostitutas africanas, lustrosas y elegantes, que rodean zalameras a un tipo español, retaco y calvo, que es la viva imagen de Danny de Vito y parece muy sonriente manejando sus tarjetas de crédito en medio de aquel paisaje urbano tan cutre.

La remodelación del sufrido barrio del Pilar va lenta. Los últimos de la calle Viana siguen pegando sus coletazos postreros. Demacradas prostitutas, ceñudos drogatas, policías secretas, camellos de crack y los consuetudinarios mirones jubilados que se instalan en la calle para mirar sin consumir.

Parece increíble que ese paisanaje triste y mugriento siga señoreando el centro urbano, a pocos metros de un patético jardín infantil, en el que la alcaldía ha puesto un coche patrulla de la Local a piñón fijo para tranquilizar la indignación de los vecinos.

En la calle Quart, número 25, el camionero retirado José Perales, habitante de una planta baja desde hace 44 años, es elocuente: "No cambio mi planta baja por ningún piso. Es una gozada poder salir con la bicicleta y lo fresco que se está. Aquí ha criado mi mujer sus cuatro hijos". El edificio en esta sensible zona monumental es un ejemplo de la dejadez del Ayuntamiento a la hora de conservar el casco antiguo. La casa de Perales no se puede tocar pues está protegida; es un edificio de principios de siglo, acaso el más antiguo de ese tramo de la famosa calle valenciana. Está que da pena pero si se quiere arreglar ha de salir del bolsillo de Perales.

"Yo tenía una tienda de comestibles en mi casa pero la cerré porque empezaron a aparecer supermercados en el barrio y aquí ya solo venía la gente a por los olvidos". Perales compró la finca entera a sabiendas de que no la podía tocar. Ahora se arrepiente y piensa que ante la costosa restauración intentará venderla. Con ojos esperanzados dice: "Dejaremos de vivir en una planta baja para ocupar un piso, quién sabe".

El pintor italiano Angelo, instalado en un bajo de una remota callejuela del barrio de El Carme explica: "En esta casa tengo el estudio y la vivienda y es un ahorro de espacio". La casa de Angelo es un loft inmenso donde se amontonan los lienzos; hay un espacio dedicado a los muebles de la cocina, un sofá desmochado granate y libros desperdigados por viejas y astilladas baldas. Es como aquel apartamento sin paredes que tenían Los Beatles en la película Help!

"También esto tan moderno tiene sus desventajas. Pasa la gente y mira adentro, te hurta intimidad, ¿no crees?"

Los bajos de aspecto surrealista en este barrio antiguo son interminables. En el barrio de El Carme, algunos de sus inquilinos mantienen un estilo de vida y una decoración que conserva el aire menestral y popular del distrito más viejo de la ciudad. Estas plantas bajas convertidas en viviendas son lo que queda de un mundo que se llevó la terrible riada del otoño del año 1957.

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