La fiebre del oro ártico
La superficie helada del Ártico es tan sensible al cambio climático -lleva en recesión al menos desde los años setenta- que casi se ha convertido en un indicador del ritmo al que se calienta el planeta. Pero estos son los hielos que se tragaron al Jeanette, el buque con que el oficial estadounidense George DeLong pretendía alcanzar el Polo Norte hacia 1880. Los mismos hielos donde embarrancó unos años después el Fram, el barco del explorador noruego Fridtjof Nansen, cuya determinación de llegar al polo era tan robusta que abandonó el buque encallado y siguió el camino haciendo esquí de fondo, también sin éxito.
La vida de estos exploradores, como las de Peary, Amundsen y los demás, sería mucho más fácil hoy, con la superficie helada alcanzando sus mínimos históricos en los veranos. Y estarían mejor remunerados, porque la fusión de los hielos ha abierto rutas marítimas que, por primera vez, pueden permitir la explotación de las reservas de gas y petróleo de la zona, que suponen cerca de la cuarta parte de las reservas mundiales vírgenes. Tiene gracia que, en plena fiebre de escepticismo sobre el cambio climático, las petroleras estén empezando a explotar las consecuencias del calentamiento. Llega la fiebre del oro ártico.
Cairn Energy, una empresa británica que ya tiene dos perforaciones en la costa oeste de Groenlandia, acaba de anunciar que ha encontrado gas natural. Sus valores en la Bolsa londinense han duplicado su valor en el último año. La multinacional Esso también está explorando esas costas, y el Gobierno de Groenlandia pronostica que eso es solo el principio. Aún hay dudas sobre la viabilidad económica de estas extracciones, una incógnita que dependerá en gran parte del precio del crudo. Lo que nadie duda es que Groenlandia tiene la segunda mayor reserva mundial de petróleo por descubrir -la primera está en Irán-, con 45.000 millones de barriles.
Después del desastroso vertido de BP en el golfo de México, las operaciones preocupan a los ecologistas. El buque Esperanza de Greenpeace se ha desplazado allí para protestar contra las perforaciones en una zona frágil que alberga focas, ballenas azules, osos polares y aves migratorias. Pero rara vez una fiebre del oro se ha parado con argumentos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.