Los pies de Antonio López
Quizá sea mejor así, quizá sea mejor no poder coincidir con ese momento en que Antonio López instala su caballete en la Puerta del Sol, saca la paleta de pinturas y comienza a atrapar la luz del atardecer. Me entusiasma la idea de verle manos a la obra, de estar en el corrillo de curiosos que apuestan por un espectáculo lento, de ensimismamiento de quien está mirando de una manera especial lo que todos los demás también estamos viendo. Porque como decía Edgar Allan Poe "hay que aprender a ver lo evidente", y por eso contemplando la Gran Vía de Antonio López uno aprende a ver su propia Gran Vía. Gracias a la película El sol del membrillo, de Víctor Erice, dedicada al pintor, sabemos que no debe de ser nada fácil detener la vida que pasa por unas hojas, unos edificios, un asfalto, unos coches, el paso de una tarde que ya no volverá. Por eso, verle en directo como en El sol del membrillo, pero en medio de la plaza más popular de Madrid, demostrando que el arte no solo sale de la calle sino que se crea en la misma calle, me ilusiona. No estaría de más que esta ciudad valorase más a sus artistas y el arte de vivir, de hacer algo con la vida. Y espero que no se moleste, si acaso lee estas líneas, un señor que en una charla mía me afeó que utilizase la palabra "artistas", para referirme a los artistas. Por el tono, me pareció que él también se sentía artista aunque no lo fuese públicamente y que le repateaba la gente que se atribuía algún tipo de arte. Desde luego, los límites de la palabreja son borrosos porque no existe la profesión de artista ni un título de artista, pero nos ayuda a saber de qué estamos hablando. En cualquier caso, el hecho de que la palabra "artista" incomode más que la de banquero es como para ponernos a pensar. ¿Qué es ser artista? Ni lo sé, ni me importa, no me quita el sueño que haya por ahí falsos artistas, me basta con saber quién es Antonio López, ese ser que espera pacientemente a que unos débiles rayos de luz se metan por entre las hojas para cazarlos con el pincel, y saber dónde lo encontraré. Así que por la tarde me encamino hacia la Puerta del Sol con un calor impresionante. Bajo por Gran Vía, me meto por Callao, me abro paso como puedo por Preciados.
Echo una visual por la plaza y los únicos corros que veo están alrededor de un mimo
Echo una visual por la plaza y los únicos corros que veo están alrededor de un mimo. Con todos mis respetos al mimo yo busco un caballete, un cuadro y un pintor. En esos momentos la plaza me parece más grande de lo que es. Unos turistas se hacen fotos junto al oso y el madroño. La luz va bajando. ¿Qué exacto momento será el que a él le interesa? Puede que haya llegado tarde, y me fastidia volverme con las manos vacías.
Le pregunto a un quiosquero, que no le da importancia al tema, por lo que me dirijo al edificio de la Comunidad de Madrid. Un guardia civil me explica que le parece que esta tarde no ha venido y me aclara que suele guardar aquí el material. Y añade que otras personas también han preguntado por él. Bueno, ya somos unos cuantos en busca de Antonio López o por lo menos de sus huellas. Ahora que ya sé que no le veré, quizá vea las huellas de sus zapatos o zapatillas, las señales hechas con tiza en el suelo para saber exactamente dónde colocarse en la plaza para recibir la misma luz cada tarde. Miro alrededor a ver si hay alguien buscando en el suelo como yo. ¿Habrá terminado el proyecto y habrá borrado las huellas? Francamente creo que habría que hacer algo con ellas, fijarlas de alguna manera y poner algo así como que aquí pintó Antonio López el sol de esta Puerta. Presumamos de lo que tenemos, creemos señales de vida, señales emocionantes.
¿Dónde están las huellas? Echo otro visual por la plaza y desecho la heladería, los bares, las tiendas de ropa, hasta que mi mirada de aguilucho se tropieza con un local de lotería. ¿Por qué pienso que en ese despacho encajonado dentro de un portal me darán información? No tengo ni idea, pero no me equivoco. La lotera, tras comprarle un décimo, me explica que Antonio López se instala frente al reloj mirando hacia la calle Mayor, que se queda poco tiempo y que allí podré ver las huellas.
Y ¡por fin!, no está él, pero hay unos semicírculos hechos con tiza. Pongo los pies dentro. Estoy en su Puerta del Sol.
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