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Columna
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El acoso vial

El acoso en términos legales va casi siempre vinculado a la intencionalidad sexual. En realidad esa forma de acoso es todo un clásico del mundo laboral. Como acoso definimos la acción de esos tipos que asedian a una compañera de trabajo aprovechando generalmente su posición. Es verdad que nunca se habla del acoso, no al menos en términos delictivos, cuando el acosado es un hombre y puedo asegurarles que se dan los casos. Hay, sin embargo, otra forma de acoso mucho más frecuente de la que son víctimas casi por igual hombres y mujeres.

Una peligrosa forma de acosar que hasta ahora casi nadie ha perseguido. Es un acoso menos selectivo y elaborado, pero que puede costarnos la vida: el acoso vial. Así definen los juristas el proceder de los conductores que hostigan a otro vehículo para quitarlo de en medio o hacerle pagar cualquier molestia que les haya ocasionado.

Esos ojos que todo lo ven bien podrían ampararnos del matonismo en carretera

¿Quién no ha tenido el morro de un coche pegado a pocos centímetros de su parachoques trasero exigiendo el cambio inmediato de carril? Esta situación de alto riesgo se ha generalizado desde que entraron en vigor los nuevos límites de velocidad. Los más respetuosos han ido evolucionado sus hábitos de conducción hacia el uso de limitadores automáticos y el mantenimiento constante de la cota máxima de velocidad permitida. El conductor que así procede entiende que, en cualquier circunstancia, tiene derecho a usar el carril de la izquierda para adelantar a los que van más lentos.

Un derecho que no reconocen aquellos que suelen rodar bastante más rápido de lo que permite la ley. Son tipos que viajan adaptando la marcha de la carrera a las advertencias del ordenador de a bordo. Si no hay radares que lo reprendan, ellos entienden que pueden pisar el acelerador cuanto quieran y quitar de en medio a cuantos les estorben. De esta manera se consideran legitimados para exigir al vehículo que les precede su inmediato apartamiento y así dejarles la vía expedita, aunque el acosado esté también adelantando a quienes marchan más lentos.

La mayoría se limita a achuchar al de delante pegándose a su trasera, pero son muchos los que refuerzan la presión dándole a la bocina y a las ráfagas de luz. Para qué hablar de los típicos matones de carretera que maniobran como si fueran a embestir a su acosado y le alteran hasta meterle el miedo en el cuerpo o desquiciarle. Esto, por desgracia, es moneda corriente en nuestra red viaria, si bien hasta ahora nadie ha tratado a los acosadores viales como lo que son, delincuentes.

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La novedad es que está en marcha una recomendación del fiscal coordinador de Seguridad Vial, Bartolomé Vargas, a la Policía Judicial para que aplique una pena de hasta dos años de prisión a los acosadores de carretera. Don Bartolomé considera primordial la protección a los conductores inexpertos, que son las víctimas propiciatorias, aunque cualquiera puede ver alterado su estado psicológico y terminar reventado en una cuneta por culpa de esos tipos.

Hay sin embargo en la bienintencionada iniciativa del señor fiscal un aspecto que se me antoja ilusorio. Vargas dirigió públicamente sus recomendaciones no tanto a las autoridades como a los ciudadanos instándoles a que denuncien tales prácticas, tanto si son víctimas como testigos.

Tomar la matrícula del acosador y presentar una denuncia ante la Guardia Civil es fácil, lo difícil es que sirva para algo. De no haber terceras personas dispuestas a atestiguar, lo que es complicado, difícilmente surtirá efecto alguno porque al final es su palabra contra la tuya. Sería más eficiente que el conductor pudiera advertir por teléfono de su situación para que esta fuera registrada por los numerosos elementos de vigilancia electrónica que pueblan nuestras carreteras.

Esos ojos que todo lo ven y que certifican el chorreo de sanciones que nos imponen por nuestros excesos, bien podrían ampararnos del matonismo en carretera. Aunque el acosador vial nos parezca menos abyecto que el sexual puede ser bastante más peligroso.

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