China para principiantes
El periodista vigués Ramón Martínez recrea en un libro sus experiencias de cinco años en el gigante asiático
Cualquiera que quiera saber cualquier cosa de cualquier lugar, en la actualidad no tiene más que tomar la autopista de la información e ir escogiendo ramales y direcciones. Antes de pisar siquiera una ciudad, incluso cómodamente instalado en un sofá, es tan sencillo como posible memorizar el metro de Buenos Aires o reservar un billete de autobús desde el centro de Londres a cualquiera de los aeropuertos de la metrópoli. Pero en Internet no es fácil recabar ese otro conocimiento costumbrista, cotidiano y humano que provoca el hecho de observar al otro. En todos los saberes, conviene recordar el abismo que media entre darle a la tecla y estrechar una mano.
Más allá de una impresión romántica, los buenos libros de viajes tienen esa virtud, la de prestar al lector unos ojos ajenos para trasladarle al contexto emocional de quien recorre un territorio de paso. Como un viajero del siglo XIX en la forma, y con fondo desprejuiciado y liberado de atavismos, la mirada personal y abierta de Ramón Martínez (Vigo, 1975) lo disecciona prácticamente todo sobre China, el país en el que este periodista vivió y trabajó durante largas temporadas entre 2004 y 2009. Las desigualdades sociales, las cifras macroeconómicas, la modernización de sus infraestructuras, el Partido Comunista, las piruetas entre el socialismo y el capitalismo, la demanda energética, la relación con el poder o la vivencia de la sexualidad están presentes, entre otros asuntos, en Historias chinas (Península, 2010), su primer libro.
Martínez ha trabajado en Pekín para la agencia Efe y medios locales
'Historias chinas' se acompaña de una selección de fotos del propio autor
A medio camino entre el ensayo y la novela, este volumen de cuatrocientas páginas que se acompaña de una selección de fotografías realizadas por el autor logra alcanzar el difícil equilibrio entre las citas contrastadas y el relato. El texto es un bordado colorista en el se entretejen hebras procedentes de los informes oficiales del Gobierno, los estudios de organizaciones internacionales, las entrevistas con personas de diversa procedencia y condición social y la observación directa de Martínez, bien a través de su labor profesional en Pekín para la agencia Efe, la agencia local Xinhua y Radio Internacional de China, bien mediante sus viajes por ese inmenso territorio poblado por más de 1.300 millones de seres humanos que, sobre todo en el mundo rural, "son afables y receptivos, a diferencia de los urbanitas, a grandes rasgos, obsesionados por el dinero y el crecimiento social, lo que deriva en la perdida de valores básicos, como ceder el asiento a un anciano en el transporte público".
"No es un libro para especialistas o una mera recopilación de entrevistas, sino una especie de manual introductorio para personas que no conozcan China pero que estén interesadas en saber algo más del país que está llamado a ser la primera potencia mundial", explica el periodista, casi recién llegado a Vigo procedente de Sudáfrica, en donde permaneció los últimos nueve meses realizando la cobertura del Mundial de fútbol, de nuevo para Efe, tal vez uno de los últimos trabajos de su carrera periodística, realizada "siempre en precario desde 1997", antes de dedicarse a la literatura. Con un enfoque dirigido a públicos amplios, una de las mayores preocupaciones del escritor era lograr un ritmo ágil y un tono fresco que convirtiese esta experiencia lectora en algo agradable. La agudeza de sus comentarios y sus metáforas ingeniosas brillan a la par que el rigor documental y la profusión de datos, históricos y actuales.
"China es un país simpático y terrible. La alternancia de testimonios persigue, precisamente, mostrar los contrastes que motivan que ocurran cosas que sólo pueden pasar allí".
Martínez no disfraza su visión, inevitablemente occidental y personal, de los acontecimientos que examina, pero no es la única que comparece. "Desde la distancia es muy fácil enjuiciar alegremente. Es evidente que el Partido Comunista Chino no se deja comer por nadie y que el Régimen, implacable con los disidentes, se permite comportamientos impensables en una democracia, pero no son ni la antigua Unión Soviética ni la China de Mao. Los márgenes, aunque lentamente, van aumentando en tanto en cuanto el Partido pueda ir controlando esas aperturas. Creo que, en realidad, los chinos pueden hacer poco más o menos lo que quieran mientras no toquen determinados extremos".
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