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ESCENARIOS DE UNA CIUDAD FESTIVA | Farmacia de guardia | Días de diversión

El botiquín necesario

En la farmacia de la Plaza Nueva de Bilbao no están acostumbrados a algo como lo de ayer. Hacer frente a un domingo de Aste Nagusia supone algo más que tener que trabajar cuando todo el mundo se halla de fiesta -total, abre los 365 días del año de nueve de la mañana a diez de la noche-: hay que acostumbrarse a un tipo de cliente nuevo, con unas necesidades diferentes de las de los más habituales. Y si los potitos son uno de los productos más demandados un domingo cualquiera en esta botica del Casco Viejo, cuando las madres y sus hijos se acercan hasta allí a pasar la mañana, ayer la píldora del día siguiente, los preservativos y los protectores del estomago y aspirinas para mitigar la resaca, lo que se podría denominar como kit festivo, era lo que triunfaba, según una de las empleadas.

Anticonceptivos, protectores del estomago y aspirina forman el 'kit festivo'

El ajetreo, en cambio, no se dejó sentir en la farmacia de Angoitia García, situada en la calle Uribarri de Bilbao, y una de las dos únicas que abren todas las noches en la ciudad. En el rostro de su empleada Nuria Arnabat, de 32 años, el cansancio hacía mella. Era su séptima jornada trabajando cuando se pone el sol y durmiendo cuando sale. Allí, el rastro de la fiesta a duras penas llegaba. El estruendo de los fuegos artificiales era quizás el único indicio de que algo se movía un par de calles más abajo, hacia el Arenal.

Tampoco la decena de clientes que se acercaron a la botica durante las primeras horas de la noche a comprar algún medicamento eran el vivo ejemplo de las fiestas. Alguno lucía el pañuelo azul al cuello pero la edad -la cuarentena- y lo solicitado -en su mayoría antibióticos con receta previa- descartaban que hasta allí hubiesen llegado en busca de algunos de los ingredientes del kit festivo.

Quizás lo más extravagante que vendió Arnabat fue una crema para los granos. La empleada, con cinco años ya de oficio, en su mayoría en turnos de noche, se sorprende ante poco. "He vendido cacaos, tintes de pelo y cremas hidratantes", asegura y todo en torno a las tres o las cuatro de la mañana.

Aunque resulte inexplicable qué puede empujar a una persona a salir en mitad de la noche a comprarse un tinte, Arnabat "sólo a veces" intenta imaginar las razones que justifican las compras. "El otro día vinieron unos argentinos y se llevaron champú, pañales y otras cosas de parafarmacia. Pensé que lo más seguro es que hubiesen perdido la maleta porque eran cosas muy básicas", explica.

El trabajar de noche muchas veces supone hacer frente a un cliente que viene malhumorado tras haber esperado un poco de más en Urgencias de un hospital. Y siempre hay quien le pregunta "que por qué no tengo la puerta abierta y les atiendo a través de la ventana".

Por seguridad, Arnabat siempre cierra las puertas, al igual que sus compañeras, aunque recalca que nunca ha tenido miedo. "Bueno, aunque el otro día leí en el periódico que habían detenido a un hombre que había atracado varias farmacias en Bilbao".

Que una noche sea buena depende de dos factores: que tenga que atender a tantos clientes que ni siquiera disponga de tiempo para cansarse o que deba despachar a tan pocos que pueda por lo menos echar alguna cabezadilla en la cama plegable que tiene en la rebotica. "El problema es cuando viene uno a los tres cuartos de hora, otro a la media hora...". Además, mata el tiempo con otras tareas. Hay noches que le toca hacer el inventario, catalogar todos los medicamentos que han llegado y colocarlos -por cierto, toda su farmacia cabe en un armario de poco más de dos metros de alto, uno de profundidad y casi tres de ancho-. Y cuando termina todavía tiene informes, artículos e informaciones sobre nuevos medicamentos para distraerse, incluso los trabajos de algún curso al que se haya apuntado.

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